Contra la Inteligencia II
Después que el oficial sacara de la celda a los reclusos y quedáramos solos me dijo que era miembro de la Seguridad del Estado y su nombre era Aníbal, que su intención no era golpearme, que deseaban dialogar porque estaban preocupados por mi golpiza y mi huelga de hambre y sed. Me pidió que accediera a acompañarlos al cuarto de interrogatorio que allí había mejores condiciones. Le dije que para él serían mejores porque yo vivía en aquellas inmundas cuatro paredes desde hacía más de dos días. Continué negándole la posibilidad de dialogar, a esas alturas lo único que deseaba era un enfrentamiento físico y le pedí que se fuera de la celda. Me recordó que yo era un intelectual. Le aseguré que por eso mismo no tenía que conversar nada con él. Estuvo insistiendo por un rato y el oficial hablaba paciente y casi rogaba porque lo atendiera, a menos lo escuchara. Accedí a que hiciera su monólogo. Se mantuvo en la preocupación de mi estado de salud, que deseaban llevarme al médico. Seguí negando, lo dije que ya me habían reconocido y las costillas parecían fracturadas, para eso había que hacerme una placa de rayos x y el equipo lo tenían roto; según la doctora esa dolencia no llevaba otra medicación que soportar los dolores a base de calmantes.
El
oficial quiso convencerme de hacer otro reconocimiento médico.
Definitivamente le dije que no. Me insistió en traer un médico a la
unidad. Le aseguré que no aceptaría que me reconocieran. Luego
quiso que ingiriera alimento. Le dije que tenía la decisión de
salir muerto de aquella celda, y que mi huelga de hambre y de sed no
era para exigir mi libertad, la cual no me preocupaba pues el lujo de
pasarme el día acostado era algo que en mi vida había hecho pocas
veces y cuando me enfermaba. La huelga de hambre se debía a que era
la única posibilidad que me permitían para protestar por sus abusos
y sus faltas de libertades. El oficial siempre me escuchaba atento y
en silencio, como queriendo desentrañar mis intenciones o dándome
la posibilidad a desahogarme.
Después
de un rato le dije que no deseaba hacerle perder más el tiempo y que
se retirara. Se lo dije con seriedad pero en el fondo sentía la
burla de hacerlo entender que aquel espacio era mi casa, y en
realidad en ese momento así lo sentía, era mi espacio y nadie tenía
el derecho a estar allí en contra de mi voluntad. Accedió no sin
antes pedirme la oportunidad de volver a conversar en otro momento.
Por tal que se fuera acepté.
Visita
del médico
En
la mañana me hizo una treta y cuando me sacaron y llegué al
cuarto de interrogatorio estaba esperándome con un médico, ni
siquiera entré, di media vuelta y regresé molesto a mi celda, llamé
al carcelero para que la abriera, detrás de mí venía el mismo
oficial de la seguridad llamado Anibal diciéndome que estaban
preocupados por mí salud. Le advertí al carcelero que no volviera a
abrir la celda para mí porque no iba a salir más.
En
aquella profunda oscuridad que me rodeaba, a pesar de todo, sentía
una luz que surgía desde la angustia y el dolor más que físico y
de mi esencia, un placer por sentir que hacía las cosas como mi alma
me dictaba. Le pedía a Dios que alguien hubiera grabado las escenas
de la golpiza, que existiera un testimonio para demostrarle al mundo
de lo que era capaz de hacer un gobierno totalitario contra los que
osan desafiarlos, si así podemos llamar al hecho de presentarnos en
el lugar para apoyar a los padres de Antonio Rodiles y también, por
qué no, como forma de protesta por la arbitraria detención.
Pasaron
varias horas y el oficial se asomó a la celda; dijo que el médico
se había ido, que deseaba conversar conmigo como la primera vez, que
ahora no habría sorpresas, que necesitaba detalles sobre lo que
ocurrido cuando me apresaron. Como deseaba exteriorizar mis molestias
accedí. Le hice un recuento de lo sucedido, el abuso y atropello que
cometieron, pero sobre todo lo que más necesitaba era entenderlos,
algo que me parecía imposible, pero si soy escritor es porque la
única ambición que siempre me ha perseguido es entender a las
personas, llegar a la entraña de los acontecimientos y comprender,
aunque no comparta su naturaleza misma, qué los lleva a proceder.
Más que hablar yo quería escucharlo a él, y por sus preguntas supe
cuáles eran sus preocupaciones.
Diálogo
con el representante de la Seguridad del Estado
Le
dije que lo más sorpresivo para mí era la ineptitud de quienes
representaban la seguridad del país. Aquellos no eran hombres
elegidos por su capacidad de pensar, ni siquiera por su ideología o
decisión de luchar por una causa, eran matones, mercenarios casi
anormales que prestaban su falta de visión, su incapacidad mental y
facilidad de manipulación a los que tenían el poder, pero que esos
eran los mismos que usaba Batista. Que en los tiempos de dictadura
surgen esos espécimen que no creen ni en su familia, que solo quieren satisfacer su abuso desmedido y su patología es la de ocasionar el
terror como enfermos que son. El oficial nunca me contradecía.
Hablamos de mi comienzo como disidente a partir que abriera el blog.
Mi gran intención era decir lo que ocurría en el sector de la
cultura pero siempre con la esperanza de buscar soluciones, dialogar,
intercambiar criterios. Pero para el Gobierno no existe otro camino
de si no me apoyas eres mi enemigo, y realmente prefería ser su
enemigo que callar. Escojo sufrir que obtener algún beneficio del
sistema. Morir que vivir de sus dádivas.
Había
comenzado con aquellos post que tendían a ser más literarios que
periodísticos, pero sobre todo desde el punto de vista cultural, del
escritor que me conminaba a escribirlos. Y el Estado comenzó -a base
de repudio, asalto físico, abuso, amenazas, marginación cultural, y
embustes legales para desacreditarme ante la opinión pública y
asegurar mi confinamiento sin apoyo solidario internacionall- a
empujarme hasta convertirme en un opositor acérrimo y un activista
por los Derechos Humanos. Le dije que en los años noventa en una
entrevista que me hicieran en la televisión mexicana, había dicho
que deseaba multipartidismo para Cuba y, quizá, luego de las
diferentes propuestas de los partidos, hasta cabía la posibilidad
que votara por el partido de Fidel, pero luego de escoger la
propuesta de gestión gubernamental más acertada para el pueblo de
mi país, pero jamás impuesta por un dictador.
Por
aquel entonces alguien me dijo que aquella entrevista estuvo
circulando entre algunos funcionarios en un casete VHS.
El
oficial al final me hizo saber que se valoraba la posibilidad de
mantener o suprimir los cargos en mi contra. Le corregí, y le dije
que en todo caso estarían valorando cómo justificar la golpiza
porque no había cometido ningún delito.
Regresé
a la celda. Era domingo y el silencio debía recorrer la calle, pero
las celdas son como una constante obra de teatro. Los conflictos son
disímiles con tempo americano. Se desarrollan con rapidez, con acción,
lenguaje de adulto y violencia, pero nunca falta el toque de humor.
Surgen personajes interesantes, a veces analfabetos pero con una
riqueza natural de simpatía que llegas a quererlos.
Sobre
todo habría que destacar la solidaridad de los marginales. Ante
nuestra realidad ellos sienten que nos apoyan, pero que no tienen la
vergüenza y el respeto para desarrollarlo. Son inverosímiles ante
esa realidad. Su procedencia delictiva los marca como reses al
patíbulo. No tienen opción que morir en silencio porque el solo
hecho de exigir sus derechos humanos más elementales podría causar
burla y descrédito ante el resto de los detenidos. Pero en nosotros
ellos sienten que de alguna manera defendemos sus derechos, sus
razones, que de alguna manera, o de todas, estamos exigiendo por
ellos los que nos toca a todo. Y les gusta que les hagamos entender,
explicarles la Demanda Ciudadana Por
Otra Cuba,
el Pacto de los Derechos Políticos y Civiles de las Naciones Unidas
que Cuba firmó el 28 de febrero de 2008 en Nueva York, donde en
principio acataba esas garantías y ahora exigimos su ratificación y
puesta en vigor de inmediato de esos derechos. Siempre escuchan
atentos, quizá no lo entiendan todo, pero parte de ello, o su
esencia, les conmina a apoyarlas y de inmediato preguntan cómo hacer
para apoyarla.
Regresa
el oficial de la Seguridad del Estado
El
oficial acompaña al carcelero hasta la puerta de mi celda y espera
que salga, me dice que lo acompañe hasta el cuarto de
interrogatorio. Accedo. Allí, de forma teatral, da un regodeo por
las circunstancias ocurridas, y que el Alto Mando después de
valorarlos ha llegado a la determinación, y continuaba hablando sin
dar la información final. Comprendí que mantendrían los cargos,
algo que no me sorprendía y a lo que estaba preparado, y antes de
terminar le reafirmé que las acusaciones permanecían en mi contra.
Entonces comprendí que era un regodeo en espera que dijera lo que
pensaba, quizá buscando en mí un punto débil y que pidiera
clemencia, pero con ellos siempre estoy preparado para lo peor. No,
me corrigió, realmente se ha decidido liberarte sin cargos. Dentro
de unas horas te vas de libertad.
Era
la hora de almuerzo y los matones de la seguridad que me acompañaban,
que habían sacrificado a dormir en aquella celda para que me
hicieran compañía, estaban desesperados para que me fuera para
almorzar su comida de oficiales, ya se habían negado a desayunar, y
realmente su paciencia se agotaba. En la mañana habían sacado a uno
de ellos, supongo que fuera el jefe del grupo y que les trajera
información de lo que sucedería, y de paso, saliera responder mi
actitud y conversaciones políticas.
Un
rato después me sacaron, me devolvieron la ropa. Me sacaron del área
de los calabozos hasta la parte alta de la unidad policial, alguien
llamó por teléfono y hubo una contraorden y me restituyeron a los
calabozos. Pasó como media hora. Después me sacaron otra vez, me
preguntaron si yo tenía otro celular. Dije que no. Me subieron para
liberarme, no sin antes intentar imponerme un auto de patrulla hasta
mi casa. Dije que no había pedido servicio de taxi, que tenía
dinero para pagarlo en caso de desearlo. El oficial me propuso
llevarme en su auto con chapa particular. Le dije que no. No tuvieron
más opción que dejarme ir. Tres autos me seguían, querían saber
hacia dónde me dirigía.
Al
otro día fui para casa de Yoani. Mi resolución al enterarme que
Rodiles continuaba detenido, fue de volver frente a la estación
policial. Pero ella me dijo que los padres querían agotar primero
las vías “legales”, que debíamos respetar sus decisiones. Era
cierto, luchábamos por los respetos individuales. Seguí para casa
de Rodiles, conversé con los padres y acordamos que una vez
terminada las gestiones de la abogada, volveríamos todos a la unidad
policial. Eso fue una determinación general.
Entonces
nos concentramos en apoyar a la familia, a la abogada y continuar con el
Proyecto Estado de Sats y con la Demanda Ciudadana Por Otra Cuba
aunque Antonio Rodiles no se encontrara para dirigirlos, pero esa era
la manera de pagar el sufrimiento que vivía en aquellas mazmorras.
A
pesar del fuerte cordón policial que rodeaba la unidad día y noche,
pudimos llegar hasta la esquina Manolo Rodiles, Ailer González y yo,
con los pulóveres puestos que exigían la libertad de Antonio.
Diecinueve
días después le dieron la libertad, cuando el morado del ojo se
había disipado. Todos habíamos aprendido la gran lección una vez
más, luchábamos por un Estado de Derechos. Y las fuerzas se
multiplicaban.
Escritor cubano.
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