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25 de julio de 2011

Testimonio: Los intentos fallidos para construirme en "agente" III


Foto: Reuters

Me aterraba saber que podía regresar a las celdas de castigo por otros sesenta días, o quizá más. Pero más terror me causaba imaginarme “cooperando” con los que no creía, con los que consideraba que abusaban de mi país, saberme cómplice me provoca repugnancia. También sabía que para ser escritor en el sistema que me había tocado vivir, llegar al reconocimiento y tener derecho a publicación, infaliblemente había que dar la imagen de apoyo al Gobierno o, al menos, pasar inadvertido, un “compañero de viaje”, apolítico o anarquista. Pero mi literatura crítica al sistema me delataba en cada publicación.

A los pocos días de haber regresado del encierro por sesenta días, recibí una visita en la casa de un hombre que se identificó como “agente” de la Seguridad del Estado. Por mi rostro comprendió que no era bienvenido. Me dijo que sólo ocuparía unos minutos, pues un oficial superior me esperaba cerca para conversar.

Afuera había un auto Lada que me llevó a un apartamento por el reparto Víbora. Después de saludar a los dueños me señalaron que continuara hacia el último cuarto. Me esperaba un Coronel uniformado. Me hizo varias preguntas que mayormente contesté con monosílabos. Fue evidente que no le agradé, o que daba aquellos minutos como un tiempo perdido. Me entregaron lápiz y papel y me pidió que redactara un informe en tercera persona Cuando comprendió mi titubeo me dijo que escribiera sobre cualquier cosa, que para eso era escritor. Ya ni recuerdo qué tonterías pude escribir.

Ni siquiera nos despedimos, sólo hizo una seña y me sacaron de su presencia. Regresé preocupado, el rostro del Coronel decía algo que no pude descifrar. De lo que sí estaba seguro era que sería fatal para mí.

Días después, el mismo oficial que fue a mi casa, me interceptó en la calle y me pidió que lo acompañara a ver si reconocía a unos tipos que eran motoristas al igual que yo y quizá, eran los que lanzaron el Cóctel-Molotov. Me llevaron a un solar, me pidió que entrara hasta el final. Me negué, dije que yo no era policía y no tenía vocación para ello tampoco. Nos dijimos varios insultos y en ese lapso salieron algunas personas que el oficial insistió en que reconociera. Dije no conocerlos. Dos días después tocaron a la puerta de mi casa, al abrir allí estaba un hombre apuntándome con un revolver. El arma estaba al alcance de mi mano y sentí indefensión.

El sonido me pareció ajeno, sólo el susto de la detonación, luego el olor a pólvora. Pensé que había salido ileso pero algo pegajoso me bajaba por la pierna. Busqué y levanté el brazo, y pude ver el orificio. La bala penetró los músculos del brazo, lo atravesó para volver a introducirse por el lado de las costillas hasta llegar al pecho. Una patrulla que “casualmente” estaba cerca, me trasladó al hospital más cercano.

Dos días después apareció el oficial Germán y me reubicó en el Hospital Hermanos Amejeiras, me situaron en una habitación con cámara de seguridad. Los médicos decidieron dejarme la bala dentro porque para extraerla habría que romper el esternón lo que causaría un trauma mayor.

Cuando salí fui a recuperarme a casa de un amigo que me confesó que el mismo Germán le había sugerido que me sacara de la casa, a lo que éste respondió que a los amigos no se abandonaban.

Esa fue la despedida frontal de sus intenciones por construirme como Agente de la Seguridad del Estado. En contra de su voluntad les fui ganando los premios literarios, sobre todo aquellos que no pudieron llegar a tiempo para impedir el voto del jurado como en el año 1992 cuando amenazaron al escritor Abilio Estévez. Desde entonces he sido una espina que les ha evitado el placer de comerse las almas.

Cuando el jurado internacional del premio Casa de las Américas en el 2006, decidió otorgármelo por mi libro Dichosos los que lloran, sintieron malestar. Uno de ellos se me acercó en la Feria del Libro de La Cabaña y me dijo que el premio me había convertido en una vaca sagrada. Que a partir de aquel momento era más peligroso.

Creo que tenía razón. De todas formas le recordé que el sistema fusilaba hasta a sus Generales sagrados, por lo tanto, que importancia podría tener una “vaca” más o una menos.

20 de julio de 2011

Testimonio: Los intentos fallidos para construirme en "agente" II

Foto: Reuters



A los dos meses de estar escondido en el barrio de la Güinera, reaparecí por mi barrio. Todo parecía estar tranquilo. Lo bueno era que había aprovechado ese tiempo para leer y crear. Y pensé que podría retomar mi vida.

Cuando menos lo esperaba, hicieron un operativo en mi casa y me llevaron nuevamente detenido. Apenas llegué a su cuartel, me aseguraron que el mismo tiempo que estuve sin aparecer para darles la cara, lo iba a pasar allí como castigo. Y exactamente fue así. Me mantuvieron en aquellas celdas de intenso rigor disciplinario los sesenta días que permanecí escondido. Allí también tuve un proceso de creación, esa fue la salvación.

En aquel encierro escribí un cuento de memoria. Decía una frase en voz alta, a la que luego le agregaba otra palabra, y comenzaba a repetirla desde la primera, así constantemente, cientos de palabras porque llegó a ser un cuento largo que, por cierto, ya publiqué. Sólo recuerdo mis compañeros de celda mirándome asustados, como a un loco que podría dañarlos. Hubo un momento que uno de ellos se me arrodilló para suplicarme que me callara, los tenía atormentados, no los dejaba pensar ni dormir. Creo que también se aprendieron la historia.

A los 56 días fue a verme un tal Germán, era un “seguroso” que siempre veía en los eventos literarios, sobre todo en las actividades de Casa de las Américas. Iba acompañado de otros dos, y cuando me llevaron a la oficina estaban sentados en un sofá. Apenas entré y los miré, me bajé los pantalones, advierto que no llevaba ropa interior, y ellos viraron la cara ofendidos. El tal Germán me dijo que no se fajaba conmigo porque yo les era necesario y aseguraba que, a pesar de todo, era un joven revolucionario.

Realmente contuve mis deseos de, en medio de mi debilidad física, irme a los puños con cualquiera de ellos, sentía una necesidad inmensa de volcar mi ira. Germán aseguró que saldría pronto, pero que no olvidara “cooperar” con los oficiales.

A los sesenta días había adelgazado tanto que cuando me detuve delante de mi suegra, la que me conocía por diez años, no pudo reconocerme. Cuando hablé comenzó a llorar, le daba sentimiento verme en aquel estado de calamidad.

Apenas entré al apartamento ni siquiera tomé agua fría, sino que me senté en la máquina y comencé a escribir el texto que aprendí de memoria. En aquellos días de encierro el mayor miedo que me acompañó era el de olvidar el cuento. Entonces pude salvarlo, y al verlo impreso sentí que el sol salía por primera vez desde la detención; creo que sonreí porque a mi entender les había jugado una mala pasada. Si quisieron evitar que escribiera, que creara, no lo lograron.

Y por supuesto, más que antes, yo estaba renuente a cooperar.

15 de julio de 2011

Testimonio: Los intentos fallidos para construirme en "agente" I

Foto: Reuters



Saber decir que no cuando se presenta la oportunidad, sin importar lo sorpresivo, la ganancia o el costo a posteriori de la negativa, es lo que nos diferencia de las prostitutas.

Mi rechazo al régimen me llegó desde la juventud, supe que el camino era equivocado y que el pueblo cubano a través del sistema comunista jamás iba a disfrutar de una vida plena y digna como merece después de medio siglo de República.

Cómo olvidar los llamados en la Universidad que le hacían a Amir Valle cuando en plenas clases interrumpían a los profesores para sacarlo del aula y colmarlo de amenazas por lo que dijo o lo que dejó de decir. O la golpiza que le dieron en Jatibonico al escritor Jorge Luis Arzola por asistir a un Taller Literario y luego, en plena noche, lo sacaron de la celda y le repasaron la golpiza. Arzola tenía tantas diferencias y rencores con el sistema que los hacía irreconciliables.

En el año 1994 yo era un escritor poco conocido; fui apresado y llevado a las celdas del cuartel de la Seguridad del Estado en Villa Marista, sospechoso de lanzar varios Cócteles-Molotov en diversos puntos de la ciudad. Tres días con sus noches de interrogatorio me hicieron desfallecer. Era un sueño que producía desmayos, ratos de inconsciencia que eran interrumpidos por gritos, amenazas y empujones que ni siquiera podía rechazar o preferirles alguna ofensa y recordarle que tenía derechos, que estaba vivo. A la semana llegué a sentir que la muerte sería un placer.

Entonces, de imprevisto, me ofrecieron “cooperar”: sólo tenía que localizar quiénes fueron los que lanzaron los Cócteles-Molotov, “solo eso”, me dijeron. No recuerdo si levanté los hombros, moví la cabeza o simplemente en mi estado catatónico, ellos asumieron mi supuesta respuesta positiva. A las doce de la noche fui lanzado a la calle, y las casas daban vuelta y las luces me atormentaban, los ciudadanos me miraban como un alcohólico, pero gracias a la emoción de ver a mi familia, pude llegar a mi hogar.

Varios días después andaba por mí barrio un oficial vestido de civil buscándome para saber algún dato que les pudiera aportar, pero no lograron encontrarme. Me les había ocultado por el suburbio de la Güinera. Allí estuve escondido dos meses. Y esperaron. A su entender les había fallado. Comprendieron que no lograron ablandarme ni hacerme entender que a su lado estaría “protegido”, por lo que dieron paso al plan B.

Sobre mí han usado todas las variantes que, como ser humano al fin, a veces me pregunto si debía haber colaborado; pero de inmediato rechazo tal estupidez. Jamás lo haría. Sé que mi madre saldría de su tumba a vomitarme de asco. Mi hermana se cambiaría el apellido.
Y mis amigos y detractores me retirarían el saludo, porque no hay nada más despreciable que un traidor.