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30 de agosto de 2012

La mediocre "Asamblea Nacional de Cuba"

Es triste ver a los “diputados” aplaudiendo cada estupidez que se origina en aquel teatro de marionetas, y cómo muchas respetables, algunas admiradas figuras -muy pocas se dejan usar-, ignoran que la historia los recogerá como cómplices de un Gobierno Totalitario. No se puede olvidar la actitud consecuente que mantuvo y mantiene el pintor Pedro Pablo Oliva, que por sus opiniones personales fue expulsado de la "Asamblea" donde se supone, repitiendo el institucional trabalenguas inverosímil que presentan como “democracia socialista”, que lo puso el pueblo, y en represalia le fue tomada y clausurada su Casa Taller, una respuesta de la dictadura para que los “parlamentarios” no olviden que aquí no hay más democracia que la absoluta obediencia a los caprichos de los hermanos Castro.   
Lo cierto es que en la última reunión de los “delegados representantes del pueblo”, el artista plástico Kcho, (o quizá sus intenciones fueron incursionar en el humorismo y por eso no se le entendió lo que dijo), pidió alguna estupidez que no me atreveré a repetir otra vez, y hasta ese momento hubiera sido aceptable, porque la opinión de todos vale, esa es la enseñanza que no han aprendido ellos mismos, lo triste, lo dramático, lo inadmisible es que los otros “legisladores” le hicieran una ovación cerrada, puestos de pie, como una manera de gritarle al mundo “somos estúpidos e incapaces todos nosotros de dar opiniones individuales”, porque no se puede concebir que existan tantos pusilánimes juntos, que nadie tenga el coraje de enfrentarse a las infamias que allí suceden a espaldas y en contra del pueblo, olvidándose que sus nombres serán parte del desprestigio y que la historia no los perdonará.
Las sesiones de la "Asamblea Nacional de Cuba", se han convertido en un espacio de sueño y abulia general; basta con observar cuando ocurre el paneo de las cámaras televisivas sobre aquellos rostros trasnochados, luchando por no hacer evidente su letargo, que solo son despertados por los aplausos de algunos “parlamentarios pilotos” que se ocupan de avisar cuándo deben aplaudir o levantar los brazos para la votación unánime que tanto nos avergüenza, y que es la prueba viva de la falta de pensamiento individual en esas instancias.
Por lo visto tendremos que continuar viviendo con tales “regidores”, sólo Fidel, Raúl Castro y Dios, saben por qué y para qué están allí; pero lo que la mayoría de los cubanos sí sabemos es que ellos jamás van a beneficiar al pueblo que dicen representar.    
Ángel Santiesteban-Prats

24 de agosto de 2012

“Ellos gobiernan porque tú obedeces”

 
Hace unos días pude leer por facebook esta frase que escogí como título, y que de fondo llevaba fotos de Fidel y Raúl Castro, los hermanos que tiránicamente han gobernado a Cuba por más de cincuenta años.
 
Es cierto, esos Dictadores gobiernan porque los cubanos que están dentro de la isla obedecemos, porque al enfrentarlos se teme perder la vida; sabemos que nos esperan hordas de sádicos mercenarios con ametralladoras y tanques de guerra que sin misericordia pasarán por encima de nuestros cuerpos. Cierto también y además doloroso es que quienes lo hacían público, eran otros cubanos cuya única rebeldía fue abandonar el territorio nacional. Es como si hubieran olvidado sus sufrimientos y sus miedos, como si no recordaran su pasado.
Me parece injusto que aquellos que aseguraron sus vidas poniendo distancia geográfica de por medio, ahora nos empujen a tomar decisiones que podría causar la muerte o largas prisiones, como bien conocen los cubanos, a los que se atrevan a desafiar a los hermanos Castro. Es deshonesto que después de poner mar por medio, ahora exijan actitudes que ellos no estuvieron dispuestos a asumir.
En otras ocasiones he dicho que, por lo general aquellos que han emigrado, a los que apoyo incondicionalmente por haber tomado esa decisión, cumplieron disciplinadamente hasta el último instante con todas las leyes y exigencias del régimen. La mayoría no renunció a ser parte de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR), ni a la CTC, o las Milicias de Tropas Territoriales (MTT), con inteligencia hicieron mutis para no llamar la atención a las autoridades y que les fuera concedida la “Tarjeta Blanca” -la aprobación de salida del país-, acción que no critico, ni vería bien que alguien hiciera lo contrario. Pero por esas mismas razones, no me parece humano ni justo que ahora pidan inmolaciones a los que, como ellos, tienen los mismos deseos y necesidades de sobrevivir al sistema totalitario que impera en el archipiélago cubano.
Como también es cierto que si todos nos hubiéramos quedado aquí dentro, el país ya habría reventado como una olla por la presión del pavor, en una revuelta popular librándonos de estos dictadores que padecemos desde hace tanto tiempo. Alguien diría la frase popular: es fácil empujar sin darse golpes. 
Llegar a tales conclusiones resulta ofensivo, porque humillar a cualquiera de las orillas a los  únicos que les convendría es a nuestros enemigos. Más bien se debería de sufrir por los compatriotas que dejaron aquí dentro, tratar de cuidar de ellos, pues en última instancia la gran parte de los muertos y los presos los estamos poniendo los que nos hemos quedado por la convicción de que hay que hallar, entre todos, el camino que nos lleve a la democracia que José Martí nos soñó desde el siglo antes pasado, y que aún estamos por conquistar.
Siempre digo que los que están dentro de la isla y los que están fuera hacen el grito perfecto. Sin ellos -sin ustedes- quedaríamos a media, nuestro dolor no encontraría eco, ni, por lo tanto, receptores. El dolor nuestro sale por las bocas de los que están en tierras de libertad, los que no son perseguidos por la censura, y a los que ningún esbirro espera en las puertas de sus casas para acallarlos a golpes.
 
Por eso, ambas orillas: el exilio y los que habitamos esta isla de fantasmas, hacemos la fuerza precisa, somos la química perfecta para expulsar a los tiranos del lugar que nos pertenece a todos por igual.
 
Ángel Santiesteban-Prats     


 

15 de agosto de 2012

Ibrahim Doblado: un escritor menos

Me han dado la dolorosa noticia de que Ibrahim Doblado ha muerto. Y después de rememorar nuestras bromas, complicidades y simpatías, sentí alivio por él. Desgraciadamente desde hacía muchos años se hallaba abandonado. Para el Gobierno, por supuesto, sólo será un escritor menos, que es lo mismo a: un enemigo menos. 
Fue uno de los últimos amigos que tuve, y uno de los últimos que también perdí. Pero antes había estado muy agradecido por mi amistad. Siempre que llegaba a La Habana iba por mi casa, allí le imprimía sus últimos textos, y también le pasaba correos a sus amistades dispersas por el mundo, que le prometían alguna publicación. Adolecía de enfermedades de los nervios y otros males de los que su anciano cuerpo se resentía.
En una oportunidad fui a visitarlo a su amada isla de Turiguanó adonde vivía, se lo había prometido, y recorrí setecientos kilómetros para verlo. Cuando nos encontramos no podía creerlo, solo me abrazaba y reía feliz. Estuve varias horas en su apartamento y recorrimos el poblado. Tenía una paranoia constante: la Seguridad del Estado le revisaba el apartamento. Dejaba marcas en la puerta para saber cuándo entraban, eso me decía.
Después, cuando abrí el blog y comencé a ser un enemigo público del régimen, le dediqué un post, quería defenderlo, exigir la atención que él merecía. Por ese entonces el Instituto Cubano del Libro, con el talibán de Iroel Sánchez al mando, entregaba computadoras por toda la isla a supuestos escritores, mediocres y oportunistas, que el único camino que tenían para que los llamaran creadores era hacerles el juego al sistema, por supuesto, puros mercenarios sin obra, que ganaban puntos por sus “defensas” a la revolución, y los funcionarios los proveyeron de equipos y acceso a Internet para que le salieran al paso a cualquier crítica que se le hiciera a la dictadura. Entonces llamé la atención de que deberían darle una de esas computadoras a Ibrahim Doblado, creador de verdad, con obra reconocida, que en las noches tenía que suplicar al Custodio del Joven Club de Computación, para que le permitiera la entrada a la sala de informática y así poder digitalizar sus textos.
Días después Ibrahim pasó por la casa, como era costumbre, muy asustado, y con miedo evidente,me hizo saber que una escritora argentina residente en nuestro país le había enseñado mi post impreso, le dijo que yo no era su amigo puesto que le buscaba conflictos con las autoridades. Que yo era un contrarrevolucionario y no debería visitarme más para evitar complicaciones. Supongo que él escuchara en silencio, sin poder evitar el temor que les inyectaron a todos los creadores de su generación.
En las ocasiones que nos encontramos después, no volvió a tocar el tema, aunque tampoco sentí que disminuyera su afecto hacia mí. Luego cambié de vida, tuve que abandonar mi casa para huirle a las detenciones y los actos de repudios, me convertí en un nómada, y nos perdimos el rastro Ibrahim y yo. Ni siquiera supe que estaba viviendo permanente en La Habana. La noticia de su muerte me llegó casi un mes después de ocurrida, a través de un amigo que supuso, por mi silencio, que yo desconocía el hecho.
Ahora he leído que los comisarios de la cultura planean hacer coloquios sobre su obra y no sé cuántos homenajes más. Hipocresías de aquellos que callaron el sufrimiento de Ibrahim y ahora alzan su nombre con la venia de la dictadura. Piensan que los muertos ya no pueden hacerle daño a este sistema. Así hicieron con el escritor Guillermo Vidal, y antes con tantos. Por estos días debo escribir el post sobre Virgilio Piñera, otro gran escritor incomprendido y que el régimen se encargó de lastimar en vida con particular saña.
Ahora, Ibrahim, ya estás junto a tu Dios y a esos escritores que tanto admirabas y leías. Descansa en paz, como tú mereces, después de padecer tanto infortunio en estas, a pesar de todo, tus islas amadas.
Ángel Santiesteban-Prats    

13 de agosto de 2012

Kcho: clamar por la esclavitud es contrario a la ética del artista

El pintor Alexis Leyva (Kcho), ha declarado ante una sesión del “Parlamento de la Asamblea del Poder Popular”, de la cual forma parte como “diputado”, que “los artistas deberían trabajar gratuita y voluntariamente para el pueblo sin recibir ningún beneficio tributario”, y que, en general, el Estado debería cobrarle el 100 % de impuestos a los ciudadanos laboralmente activos, incluyendo incluso a aquellos que no trabajan, puesto que, según él, como aseguró el pasado febrero, donde llegó a considerar en una reunión con artistas intelectuales, que “todo lo que somos los cubanos emana de la obra de Fidel Castro”. Esto podría entenderse, en su particular caso, sabiendo que Kcho, en su edad escolar -la que abandonara a temprana edad- proviene de una Escuela de Educación Especial de Gerona, dedicada a la enseñanza de niños con dificultad en el aprendizaje. Aún recordamos aquel documental sobre su obra, al cual hubo que ponerle subtítulos para que se entendiera lo que el “artista” decía, el que ahora, gracias al oficio de logopedas, puede ser comprendido, al menos en la intención.  
¿Cómo es posible que un artista pueda pedir a sus coterráneos y colegas que trabajen para un sistema que los explota? Por supuesto, de la forma que él lo plantea se puede entender. Cada vez que se le ocurre reunir la “Brigada Artística Marta Machado” (su madre fallecida, que no tiene mayor mérito que ser su progenitora, haber logrado sacar del hijo el talento de su creación, alumbrándole el camino), de “ayuda” al pueblo, la que solo sirve para su promoción personal y el saqueo de las arcas Municipales y Provinciales de las que extrae sus fondos con total muestra de frialdad y latrocinio.
Hace unos años fui invitado por la “Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)”, a visitar el campamento del señor Kcho en Candelaria, Pinar del Río, el cual había creado para apoyar “artísticamente” a los pobladores después de ser abatidos por un ciclón que los dejara sin casas y en una lamentable miseria, casi sin alimentación.
Luego de pasar por allí, de escuchar los testimonios de los vecinos del lugar, comprendí que lo que le causaba un verdadero estrago a aquel lugar era la permanencia de aquellos voraces brigadistas, quienes en medio de la penuria que sufría la población, exigían ensaladas frescas, frutas, postres, vinos y otros suculentos refrigerios. Lo que más vergüenza ajena me causó fue saber que los gastos no eran sufragados por el bolsillo del artista, sino por el Estado, particularmente era una orden de Fidel Castro. Por lo que toda la propaganda televisiva relacionada con este hecho, no era más que para dar una falsa imagen política.
Pero el gran horror vivido era que allí, bajo aquellas carpas, se organizaban las orgías más escandalosas. Kcho y los pintores que le hacían la comparsa elegían, por sus bellezas físicas, a las muchachas que los acompañaban; y las sacaban de las escuelas de arte o de sus casas bajo promesa de salvarlas de la carencia y el hambre que sufrían, con la anuencia de los padres, el apoyo de la escuela y el séquito político del territorio, quienes se prestaban a la satisfacción de los morbos sexuales de Kcho y su comitiva. Las que eran señoritas lo dejaban de ser la primera noche, y muchas terminaban recurriendo a legrados para deshacerse de los embarazos. Por supuesto, los puercos asados en púa eran diarios, o al menos los días que Kcho hacía acto de presencia, porque muy pocas veces se sacrificó durmiendo bajo aquellas carpas. Justificaba sus viajes a la Habana con el cuento de ir a buscar aprovisionamiento, para huirle al trabajo y a la miseria del entorno que dejó la catástrofe natural, y dormir plácidamente en aire acondicionado, en la casa que le diera su “Comandante” Fidel Castro en “El laguito”.
Muchos pintores que siguieron su llamado, otros vividores que sabían del carnaval y el provecho que podrían sacarle, se mostraban disgustados porque sentían que Kcho los había lanzado en aquella aventura de reparar casas, pero en las cual él no participaba, salvo en las jornadas nocturnas de libertinaje, sexo y borracheras.
En la Isla de la Juventud fue peor, allí atracó el fondo del presupuesto de cultura, al extremo de que no había dinero para hacer los pagos a los artistas. Se acercaba el fin de año y hacía dos meses que no les pagaban. ¿Será a esa manera de trabajar gratis a que se refiere Kcho, para que él pueda aprovecharse en lujos y juergas con sus amigos? Con el dinero de cultura compró televisores y equipos de refrigeración que luego, cuando dio por terminada su presencia con la brigada, se los regaló a sus familiares. Los moradores observaban cómo sus tíos y primos iban a buscar aquellos equipos. ¿Acaso eso no es robo? Y nada de eso fue oculto, es tan ignorante que lo hizo ante los ojos de todos los que, por lo general, prefieren callar para no perder sus puestos de trabajo, la única subsistencia para sus familias.
Su depredación llegó a un nivel tal que muchos de los artistas pineros pensaron en hacer huelga si no le pagaban a fin de año. Lo cierto es que hubo que llamar al “Ministro de Cultura” para que resolviera el asunto, el que tuvo que dar la orden de transferencia bancaria para socorrer a los artistas y apaciguar los ánimos caldeados.
Ese mismo funcionario, fanático del dominó, una vez invitó a Kcho a jugar una partida, y éste le respondió que no, porque no soportaba perder. Entonces de cuál trabajo gratuito se estaría hablando si reconoce que no sabe perder. Por supuesto, no se refiere a él, que recibe miles de dólares por su obra, y por lo cual lo felicitamos, no así por pedirle a sus compatriotas que sean esclavos, lo cual va en contra de la esencia del artista. Con toda seguridad Kcho no leyó a Martí, por lo que no sabe que el Maestro escribió que el Socialismo es la fase superior de la esclavitud.
En uno de mis libros publicados, precisamente Los hijos que nadie quiso, el diseñador escogió una foto de una instalación que Kcho hizo con varias balsas y cámaras de autos, precisamente porque expresaba el dolor de la juventud cubana que se veía obligada a emigrar, y en la cual él supo consumar los sueños de varias generaciones que echaban su suerte a la mar en aras de alcanzar un futuro mejor, y que otra gran parte de esa misma juventud no pudiera lograrlo, por lo cual sus vidas y sueños quedaban truncados, obras cuyos títulos hablan por sí solos: El camino de la nostalgia, La columna infinita, Para olvidar, En el mar no hay nada escrito, La jungla, Los hijos de Guillermo Tell, Retrasando lo inevitable.
Hasta que Kcho fue aupado por el poder, su obra era un reflejo de su generación, luego ha sido muchas cosas, pero sinceramente y sin rencor, hay que reconocer que su talento se ha esfumado, y que desde hace varios años es una repetición de lo mismo: el bote y la palmita. Por cierto, allá en Gerona, su ciudad natal, los amigos, vecinos y conocidos, siempre estaban prestos a esa manía que tienen muchos pintores de dibujar en cuanto papel ven delante, y a veces en las servilletas Kcho hacía algún esbozo, de lo que luego sería un cuadro. Entonces regalaba a sus amigos aquellos bocetos advirtiéndoles que no podían venderlos. Algunos, cuando se veían apretados económicamente hablando, lograban recibir algunos billetes por parte de los turistas, y cuando Kcho se enteraba arremetía contra ellos y les retiraba la amistad. En su poco entendimiento era como si no comprendiera la necesidad de los que lo rodeaban, ni que con su venta podían subsistir en la miseria diaria, y cuándo mejor se puede medir a un amigo que cuando su arte puede proporcionarle alimento y bienestar a los que comparten su amistad. 
Resumiendo el asunto, además de saber que el ser humano Alexis Leyva no es de muchas luces, el dinero que recauda por sus obras, lo cual aplaudimos, y el bienestar que le extrae al gobierno, lo que criticamos, y que logra a través de sus halagos inconexos e ininteligibles con su fanática adoración a Fidel Castro, lo ha convertido en un hijo predilecto de la dictadura, y lo ha llevado a un nivel de desconexión de la realidad cubana que, como un autómata, solo expresa palabras fatales, deslices ante la historia que lo recogerá como el oportunista que es.
Como muchos artistas, sólo les interesa vivir el momento, no es su culpa no tener capacidad para asimilar con un ápice de conocimiento la historia, y que no sepa que en el futuro, cuando le expongan delante de sus ojos todos los horrores que cometió su defendido Fidel Castro y sus secuaces, entonces lo escucharemos decir que desconocía, que nunca pudo imaginarlo, y, como ahora, solo tendremos una mirada de lástima para su corpachón que engorda cada día más en las mesas de Palacio, y el Consejo de Estado. Esa es su paga: los gigantes camarones, las inmensas langostas, y el brazo del dictador que se posa sobre sus hombros.
Ángel Santiesteban-Prats.                   

8 de agosto de 2012

Detención de Antonio Rodiles: culpable del libre Estado de Sats

Cuando el cortejo fúnebre salía de la capilla del Cerro con el cadáver de líder político Oswaldo Payá, apenas había avanzado unos metros, se detuvo por espacio de veinte minutos. Algo ocurría en el comienzo de la caravana. Varias personas salieron del auto para averiguar; temíamos lo peor aunque deseábamos que nada ocurriera y nos dejaran dar cristiana sepultura a nuestro muerto.

Mientras celebrábamos la misa oficiada por el Cardenal Jaime Ortega Alamino, afuera, las autoridades tramaban el enfrentamiento. Me asomé a la puerta de la iglesia, miré hacia la calle y pude reconocer los rostros de los Agentes de la Seguridad del Estado, pero allá, al final, donde termina la Calzada del Cerro, vi a un oficial hablándole a un numeroso grupo de civiles. Recordé que era algo muy parecido al operativo que hacen cada vez que se reúnen las Damas de Blanco en su sede: la casa de su líder espiritual, la luchadora Laura Pollán. Grabé algunas imágenes de lo que sucedía e hice un acercamiento hasta donde me permitió el lente de la cámara. De todas formas no podía creer que planearan algo semejante en medio de aquel dolor, que irrespetaran a la familia del difunto, al Cardenal y a toda la comitiva de la Iglesia Católica, además de las televisoras y periodistas internacionales que cubrían el acontecimiento. Pero a pesar de las constantes pruebas de abuso gubernamental, aún insistimos en ser ingenuos, como si esa actitud nos salvara de contagiarnos con toda la maldad que siempre nos rodea.
Lo cierto es que la novia de Antonio Rodiles, Ailer González, con la intención de averiguar qué sucedía, se bajó del auto, y, al llegar a la multitud, pudo presenciar cómo apresaban a Fariñas y a otro grupo de opositores. Ella exigió que los liberaran y los policías la empujaron también y la introdujeron a golpes en una guagua Yutong que tenían preparada a modo de calabozo rodante. Y, ahí dentro, les siguieron pegando.
Antonio, impaciente al ver que su novia no regresaba, salió a buscarla. Mientras camina escuchó a un Agente de la Seguridad que le gritó a otro que estaba cerca: mira, por allí va Aleaga, vamos a llevárnoslo. Rodiles observa que Aleaga ni siquiera está tirando fotos, solo camina por la acera, y les dice a los “segurosos” que lo dejen tranquilo. Ellos lo miran y le responden: vamos, que tú también te vas. Él se niega, mientras ve que a Aleaga se lo llevan maniatado hacia un auto. Rodiles se resiste a que lo suban a otro auto, finalmente lo acuestan sobre el asiento trasero y dos fornidos Agentes se le suben encima para inmovilizarlo con el peso de sus cuerpos.

Fariña devuelve bofetada.
El abogado Vallín me acompañaba en el auto, y al intuir que algo sucedía en el comienzo, nos bajamos, y cuando nos disponíamos a ir hasta el lugar, el cortejo reinició su marcha, y volvemos al auto. En la Calzada del Cerro ya se había armado un operativo de las fuerzas represivas, alcancé a ver a una mujer con los grados de coronel, haciendo señas para que la caravana continuara. Tenían dos guaguas Yutong en cada vía de la calle, que impedían el tránsito. Sin distinguir los rostros pude ver también que dentro del ómnibus varias personas se daban golpes. Luego supe que uno de ellos era Fariñas, a quien en ese instante le dieron una bofetada, a la que él ripostó con la misma energía. En ese ómnibus iba Ailer; y dice que el forcejeo se mantuvo por un rato, que el chofer emprendió camino rumbo a las playas del este de la Habana. Que hubo un momento en que pensó que se iban a volcar, que el ómnibus parecía un columpio y tuvo la impresión que el chofer perdería la dirección, que se iban a matar y comenzó a rogarle a Fariña que se detuviera, porque éste continuaba la trifulca con los Agentes que intentaban golpearlo. Fariña la miró y comprendió su temor y se fue apaciguando para complacerla y lograr que se calmara. Fue un acto humano y de caballerosidad que hizo la diferencia con los verdugos del gobierno, quienes prosiguieron con sus ofensas y provocaciones.

Ailer maniatada.
La llevan hasta un local que parecía un albergue o aula abandonada, y le dicen que les entregue la memoria de la cámara fotográfica. Ella ya se había asegurado de sacarla de la cámara y guardarla en su bolso. Y se niega a entregarla, advirtiéndoles que están violando las leyes de ellos mismos, que ha sido secuestrada en plena vía pública, y que le asisten derechos civiles que ella conoce muy bien. Pero entran dos mujeres y un hombre y la empujan, la tiran sobre el piso para inmovilizarla y quitarle el bolso. Ella les grita que un día tendrán que responder por sus abusos, y que con sus actitudes represivas mancharán el nombre de toda sus familias. Les advierte que padece del corazón y que tiene arritmia. Ellos se muestran temerosos. Al rato la llevan hasta las afueras del hospital militar Naval, le dicen que se baje del auto. Y allí la dejan abandonada.

Rodiles se niega a entrar al calabozo.
Cuando llevan a Rodiles a la unidad policial, recién ha llegado Aleaga. Los “segurosos” continúan provocando, le quieren hacer entrar en una celda pero no pueden lograrlo a pesar de los empujones, les han dado muchos golpes, arañazos y tiene la ropa raída. No soy un delincuente, les dice Rodiles, no he cometido ningún delito y no voy a entrar en ningún calabozo.
Un teniente coronel de la policía interviene y le dice a los “segurosos” que le permitan conversar con él: mira, dice, te doy mi palabra que no dejaré que te lleven a la celda, pero antes tienes que darme los cordones de los zapatos y el cinto, eso es obligatorio; los pondré en el salón de espera. ¿Y a Alega también?, pregunta Rodiles. El oficial se le queda mirando y comprende que tendrá que ser así o continuara su protesta. Está bien, él se queda contigo, le responde. Los “segurosos”, en contra de su voluntad, aceptan mantenerlos fuera de la celda.

Nos reciben las campanas en el cementerio.
Llegamos al cementerio preocupados, no entendíamos bien qué había sucedido. Alguien dijo que habían detenido a Rodiles, Aleaga, Ailer, Fariñas, entre otros muchos disidentes. Cantando, acompañamos los restos de Oswaldo Payá, desde la entrada hasta la Capilla, luego hasta su tumba. Aquella muerte nos había cambiado la vida. Nos había enseñado, una vez más, la falta de escrúpulos del gobierno cubano. Pese a ello, coincidimos en que Payá había recibido las honras fúnebres dignas de un Presidente. Aquel último espacio lo recorrí abrazado al gran poeta cubano Rafael Alcides, que, convaleciente de un recién ingreso por su diabetes, no había querido dejar de rendirle su respeto y el último adiós al hermano de lucha.
Me dijo que por supuesto todos los luchadores como Payá estamos conscientes del riesgo que enfrentamos cuando se desafía a un gobierno totalitario. Pero ya sabemos que a pesar de que exponemos la vida, es imposible evitar nuestra protesta.

Exigiendo libertad frente a la unidad policial.
Nos habían dicho que Alega y Antonio continuaban detenidos en la 4ta Unidad Policial de Infanta. En media hora ya habíamos acudido, junto a un grupo de jóvenes luchadores, Yoanis Sánchez, Reinaldo Escobar y Santana (el escritor), a acompañar a los familiares de los arrestados que esperaban a las afueras de la estación. Allí encontré al abogado Vallín quien entraba, cada cierto tiempo, a exigir que al menos les presentaran las órdenes de arresto, lo cual todavía no habían hecho; les advirtió que los detenidos estaban allí como secuestrados, en franca violación de las leyes vigentes.
Al poco rato salió un Mayor de la policía para pedirle a Vallín que hablara con nosotros y nos dijera que nos fuéramos para nuestras casas. Para ese entonces ya éramos más de veinticinco personas. Vallín nos comunicó el deseo del oficial después que éste se hubiera retirado. Nos dio risa que el oficial pensara que, sólo por pedirlo, nos retiraríamos. Al rato volvió a salir el Mayor y nos advirtió que no podíamos estar en ese lugar (permanecíamos justo en la acera de la unidad policial). Nos dijo que en veinte minutos iban a soltar a los detenidos. Entonces decidimos ir para la acera del frente. Regresó el Mayor y nos dijo que allí tampoco podíamos estar. Para facilitar la libertad de Antonio, decidimos retirarnos unos quince metros, nuestra posición ya no quedaba exactamente frente a la unidad. Pero pasaron aquellos veinte minutos que nos prometieron para liberarlo; y soportamos hasta una hora. Entonces a alguien se le ocurrió hacer “una pequeña presión geográfica”, y regresamos al punto donde estábamos antes, justo en la acera frente a la unidad. Desde allí podíamos observar todos los movimientos que acontecían en la carpeta. El Mayor regresó y nos dijo que era el Jefe del Municipio, y que si continuábamos allí nos tendría que enviar las “fuerzas del orden” para movernos. Ya éramos más de treinta los que exigíamos la libertad de nuestros hermanos. Había llegado el escritor Orlando Luis Pardo, su novia y una amiga.
Le dijimos al oficial que sentíamos mucho hacerlo pasar por aquel momento, dado que él se había mostrado paciente y, en todo momento, se había dirigido a nosotros con respeto, pero que lo instábamos a cumplir con su palabra. Reinaldo Escobar le dijo que se pusiera en nuestra posición, que si él era capaz de abandonar a un compañero en esas circunstancias, que incluso no sabíamos en qué condiciones se encontraba Antonio, si estaba golpeado. El oficial intentó negar nuestras sospechas, diciendo que ellos no daban golpes, pero cuando le enseñamos las heridas que hacía poco había recibido por parte de las fuerzas represivas, entre otros detenidos, Ailer -quien acababa de unirse a nosotros-, el militar prefirió callar, y, a pesar de todo, parecía comprendernos, o tal vez nuestra decencia y postura le simpatizaba. Finalmente le dijimos que si él estimaba que debía apresarnos, estábamos decididos a acompañar a Antonio dentro del calabozo. Que no tuviera ninguna objeción en cumplir con su deber.
Entonces se fue y no volvió a regresar. Al rato soltaron a Aleaga, y mientras salía aplaudimos delante de todos sus captores. Pero si pensaron que nos conformaríamos con uno de los dos tenidos, se equivocaron; se quedaron esperando qué haríamos, y cuando vieron que continuaríamos plantados, entraron a idear otra acción contra nosotros.
Media hora después apareció un camión de la Brigada Especial, venía repleto de guardias. También llegaron dos ambulancias. En una esquina comenzaron a reunirse agentes de la Seguridad del Estado, vestidos de civil. Ailer vio a algunos de los que le habían dado golpes, y aprovechó para decirles en su cara abusadores y que algún día tendrían que pagar por esos abusos. Los hombres no contestaron. Le dieron la espalda y los vimos subir las escaleras para guarecerse dentro de la unidad policial.
Alguien llamó por teléfono para decirnos que a Fariñas se lo llevaban en una patrulla para su provincia. Al rato se nos acercó un “seguroso”: un negro como de dos metros de estatura, que, para provocarnos, se apostó muy cerca de nosotros. Pero su presunta valentía era solo un alarde para sus compañeros que lo observaban, porque Reinaldo Escobar también fue a su encuentro, y cuando pasó a sus espalda, vi los ojos acobardados del “seguroso”, su cuerpo de dos metros se achicó, y se volteó para seguir a Reinaldo con la vista, como si temiera ser agredido, algo que jamás haría Reinaldo, todo lo contrario, pues lo que hizo fue fingir una llamada para que él lo escuchara, como si le dijera a alguien que todo estaba bien. Luego el provocador también sacó su teléfono e informaba que éramos unos payasos. Yo tomé el mío y para que él me escuchara y dije que no había problemas, que su provocación eran solo puras monerías. Entonces el negro se alejó rápido con la frustración de no haber recibido la orden de golpearnos y sacarnos de allí a la fuerza, como eran sus deseos.
Después de la una de la madrugada, Vallín y Reinaldo hablaron con la Coronela, que dijo ser la Jefa de la Unidad. Vallín le dijo que tenían veinticuatro horas para tomar la decisión de acusar o no al detenido, y para definir el delito por el cual lo juzgarían. La oficial reconoció que era cierto, según las leyes, y confirmó que a las diez de la mañana se cumplía el plazo, y que entonces informaría qué harían en ese caso, que por ahora estaban estudiando la decisión a tomar. Vallín y Reinaldo dejaron claro que era un acuerdo, y la Coronela aceptó.
Los ancianos padres de Antonio dijeron que mientras estuviéramos allí ellos no se irían. Entonces acordamos llevarlos para su casa y reunirnos a las diez de la mañana. Los ancianos aceptaron. Y todos nos fuimos.

A las diez de la mañana se decidía el futuro de Antonio.
Cuando llegué frente a la unidad policial con el abogado Vallín, ya ahí estaban los padres de Antonio, la novia y algunos otros opositores. Obligados a permanecer sentados al sol en la acera del frente de la estación, no dejaban que nos acercáramos, de hecho ningún peatón podía transitar por el lugar. Toda la calle estaba bloqueada por carros de patrulla y policías. Tuvimos que esperar a veinte metros de la unidad. Cuando Yoanis y Reinaldo llegaron, apresuraron sus pasos para unirse con los padres de Antonio, y los policías intentaron impedírselo, pero ellos, como atletas experimentados de la oposición, lograron esquivarlos y sentarse en el muro donde estaban los ancianos. Un Capitán de la policía dijo que no podían quedarse allí, y Yoanis y Reinaldo les hablaron de leyes y derechos ante los que los policías quedaban atónitos. Solo les restaba ejercer la fuerza, pero esa orden de confrontación la evitaron todo el tiempo. Tenían muy próximo en el calendario su fatídica fecha de celebración por la derrota del 26 de julio y no querían empañarla, ya era bastante con la misteriosa muerte de Oswaldo Payá.
De inmediato salió la Coronela, eran las diez y diez de la mañana y debía cumplir con el acuerdo. Habló con los padres y luego con Vallín, la decisión era que sería liberado, y en ese momento vimos que Antonio salía en un auto patrullero y nos saludaba. La Coronela dijo que el detenido sería llevado hasta su casa.
Cuando llegamos a casa de Antonio, él ya el estaba allí, y nos contó los abusos que le cometieron, todo el horror que sus represores le hicieron padecer para obligarlo a claudicar; vimos sus ropas raídas, los golpes y arañazos en su cuerpo.
Todos regresamos a nuestras casas sabiendo que Antonio, Ailer, Aleaga, Fariña y el resto del grupo ya se encontraban en las suyas, deseando descansar, hasta que un nuevo aviso nos alerte de que otra injusticia se ha cometido, y tengamos que hacer otro acto de presencia por la libertad de Cuba y la de nuestros hermanos.
Aquellas horas nos sirvieron para empujar el muro de la dictadura que nos oprime unos centímetros más. Sabemos que la peor parte de esta difícil lucha aún no ha llegado, que para alcanzar la democracia nos faltan muchos sacrificios. Pero lo bueno es que en estos días confirmamos que, a pesar de toda la represión del régimen castrista, los cubanos dignos estamos prestos a entregarnos por los ideales que murió Oswaldo Payá.

Ángel Santiesteban-Prats.