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20 de septiembre de 2010

Historias de mis vecinos I


Foto Alejandro Ascuy

TODA LA NOCHE ESCUCHÉ Llorar a la esposa de mi vecino. A intervalos aseguraba estar cansada. Muy cansada, insistía. La mayor parte del tiempo el esposo no le respondía, pero al hacerlo coincidía: yo también. Luego llegaba el gemido de ella, esa manera entrecortada que hace recordar el llanto de la
niñez. La angustia me fue creciendo y el sueño se fue alejando. Me acostumbré. El lamento llegó a ser una música inevitable.

En la mañana el golpe de los martillos me hizo asomar a la ventana. Mi vecino, junto a sus dos hijos adolescentes, arma una balsa con varios tanques vacíos. Miré al techo y ya no tenían para almacenar agua. Mi vecina estuvo todo el día encerrada en la casa. No abrió las ventanas, seguramente para no mirar la preparación de la fuga familiar.

En la tarde ya tenían lista la embarcación. Un camión con nevera climatizada vino a buscar la balsa. Los tres hombres fueron entrando a la casa para despedirse, uno a uno. Regresaban aún más tristes, como si fuera posible aumentar tanta carga de angustia.

Antes de cerrar la puerta de la nevera volvieron a mirar hacia la casa, quizá esperando verla a ella por última vez. Pero no asomó. Le entregaron el dinero al camionero que luego de contarlo, se puso en marcha. Cuando los vecinos vieron a los perros correr detrás del camión no pudieron entender su desesperación.

Pasaron largos días y ella se mantuvo encerrada dentro de la casa. A veces los vecinos preocupados la llamaban con algún pretexto pero no respondía.

Una hermana que vino del campo rompió la puerta. Los médicos aseguraron que su familia aún no había puesto la balsa en el agua y ella ya se había envenenado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tantos horrores hay para narrar sobre Cuba en estos 50 años de castrismo.

Oscar Marquez dijo...

Hay otras tantas por narrar en nuestra latinoamerica, que te parece este aparte:

Cuando los paramilitares llegaron a el Aro, un cacerío de unos 500 habitantes en una zona montañosa del norte del departamento de Antioquia, llevaban una lista de sus víctimas, relató Villalba al diario El Colombiano de Medellín. A unos los mataron de un tiro en la nuca, bocabajo, en la plaza del pueblo; también ultimaron a un jóven de 14 años, pero en el casos del dueño del almacén de abarrotes Marco Aurelio Aleiza Osorio, un comerciante de 64 años, apreciado por su generosidad, los paramilitares se ensañaron con una pasmosa frialdad. Según los testimonios obtenidos por la Human Rights Watch y periodistas colombianos, le ordenaron al comerciante que preparara un sancocho, y después que lo sirvió lo amarraron a un naranjo y, vivo, le sacaron el corazón, luego los ojos y después le arrancaron los testículos extraida de http://redsalvajeesperanza.wordpress.com/2008/05/09/uribe-y-la-masacre-del-aro/

Siendo muy duras tus historias estas lo son mas.

Ivan dijo...

No veo la relevancia del caso nefasto colombiano. Angel esta hablando de Cuba. Oscar cambia el tema. Cuando yo deploro la Guerra Sucia en Argentina, no me importa un corno que el caso neo kafkiano maoista en Camboya era peor.