Para muchos llegó a ser el programa de más teleaudiencia, pero lejos de esperarlo por cuestiones ideológicas, lo hacían por simple entretenimiento, asumiéndolo como otra serie de ficción, muy mala por cierto, pero en el horario no ofrecía nada más entretenido que el beisbol. Los que poseen en su barrio los canales del satélite tenían opciones para ver por la televisión otras cosas, pero la mayoría, sin otro remedio, optaba por esperar la sorpresa. Podía ser cualquier programa, el menos esperado, y ahí el atractivo de “Las razones de Cuba”.
Los que recordamos el serial “En silencio ha tenido que ser” (1979), que marcó nuestra generación, era el héroe revolucionario que exponía su vida para deshacer planes que atentaban contra la vida de los dirigentes cubanos o sabotajes contra la industria nacional; al ver esta nueva serie, “Las razones de Cuba”, no queda otra opción que reírnos de tamaña ridiculez.
Pero lo último que debemos hacer es subestimar a los organizadores del show mediático, pues había algo subrepticio que es la verdadera intención: crear paranoia. Infundir más miedo; que la población tema al ser más cercano, ya sea familiar, amigo o compañero de trabajo de toda la vida. Por esos días, comenzaban las revoluciones en Egipto y otros países, y necesitaron reforzar la justificación de ser un país agredido para, en caso de ocurrir las manifestaciones en Cuba exigiendo que la dictadura abriera las puertas de la Democracia, y que las Damas de Blanco fueran la chispa, el detonante de un despertar de dignidad nacional, para que entonces ellos, los fascistas, pudieran defenderse a su manera y garantizar la manipulación al resto de la población que se mantiene ingenua o no quiere ver la verdad; y apalear, como en otras ocasiones, a esas Damas, que los hombres cubanos envidiamos por su valor, y convocar a nuevas marchas de “reafirmación”, que no son más que chantajes, a donde obligan a asistir porque de no hacerlo se pierde la “estimulación” (la divisa mensual), o hasta el propio puesto de trabajo, y hasta los estudiantes, independiente a de sus notas, no les dan el aval político que decide su ingreso a la universidad. Recuerden que ahora se retomó aquello de que “las universidades son para los revolucionarios”.
A los televidentes no les queda otra opción que esperar una segunda temporada en la que se mejoren, si se pudiera, la calidad de los guiones. Mientras, los otros, los que no tenemos jefes ni amo ni señores a quienes responder por sus dádivas y recompensas, ni recibimos sueldo en divisa por comportamiento laboral y político, salvo la honestidad que nos obligan los sentimientos, nos queda ir construyendo para la Patria, una historia digna de pudor y modestia.
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