Foto: Alejandro Azcuy
CON LOS MESES EN LA CELDA Llegas a asumir la soledad. Luego las cosas mejoran.
Te acostumbras a saber que a unos pasos de ti existen otros desgraciados que lloran, rezan y suplican, que su estancia en ese lugar, increíblemente apacible, se termine alguna vez. Nada es eterno, por mucho que lo parezca.
Lo mejor es cuando sientes ganas de masturbarte, el momento del orgasmo se estira, repasas cada imagen guardada en tu mente, pasa el tiempo y parece como si te hubieras fugado de aquel lugar, quedas con la sensación de haber estado alejado por un tiempo de esas cuatro paredes; en esos instantes crees que en realidad posees a tu mujer, que ella grita de placer y se desespera; inconsciente olfateas debajo de tus axilas, extrañamente ese olor a sudor te recuerda el de tu mujer, pasas los dedos por entre las nalgas y ese también la recuerda, percibes que vas a explotar, y ella se detiene, te vuelve a recorrer el cuerpo con su lengua, después se acuesta para que le hagas lo mismo, y bajas desde el cuello hasta los dedos de los pies, luego retornas con lentitud, regresas sobre esos contornos ya lamidos, es un ritual en el que no se admite desconcentración; vuelves a detenerte, quieres que el tiempo no pase, ya sabes que después del orgasmo es peor, que el semen provoca náuseas, te deprime y quieres gritar que te devuelvan a tu casa.
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