El escritor cubano Ángel Santiesteban —como casi nadie sabrá o ha querido enterarse— está condenado a cinco años de cárcel,
sentencia que tendrá que cumplir, salvo que suceda un milagro y el
gobierno de la isla lo indulte. Para conseguir la condena, Cuba ha
construido una pantomima legal, tras la que se esconde la única causa de
Ángel: intentar escribir como un hombre libre.
Pero en las dictaduras los esfuerzos por la libertad tienen su precio y siempre es el precio del castigo.
Ahora,
sucede, que Ángel Santiesteban es un hombre con muy mala suerte. Sí,
porque la inmensa mayoría de los que podríamos impedir —al menos hacer
el esfuerzo— que fuera a la cárcel, estamos ocupados en seguir con
nuestras vidas. Unos, en Cuba; otros acá en el exilio.
Sí. Los
intelectuales cubanos, sin que importe la orilla del mundo que
habitemos, esta vez como tantas otras, hemos metido la cabeza en el
tierra y nuevamente en lugar de la boca al aire para gritar, volvemos a
enseñar el culo. Y lo saben los dictadores: con el culo una banda de
intelectuales, escritores, actores, artistas plásticos, profesores
universitarios, cineastas, bibliotecarios —y la lista podría continuar—
no puede defender la dignidad de un hombre, su derecho a escribir a
favor o en contra de quien le plazca, a decir, allí donde esté eso que
él estima su verdad, aunque sea falsa.
Pero así son
las cosas. Aquellos que viven en la isla están pensando ahora mismo en
cualquier silencio o abstracción, en lugar de en Ángel Santiesteban.
Están pensando en ellos mismos generación a generación, dádiva a dádiva,
complicidad a complicidad. Están pagando con ese silencio el valor
exacto de su sumisión y el favor por poblar la penuria adornada en la
que habitan. Si alguno se atreviera a levantar su voz —ya están todos
advertidos de antemano— terminaría sumando su suerte a la de Ángel
Santiesteban y la cárcel totalitaria suele tratar con especial violencia
a los rebeldes.
Acá en el
exilio las cosas no son diferentes. El precio de sobrevivir pasa por el
poco interés por la suerte de Ángel Santiesteban. Cada quien enarbola
sus razones personales, el tamaño exacto de su abstinencia, la
incredulidad ante las noticias que llegan leídas, de trasmano, por
personas que se obstinan —para asombro de esa mayoría— en gritar contra el viento.
Los más afortunados, aquellos que podrían azuzar a una opinión pública,
que suele ser sorda con las injusticias a menos que el horror resume de
los diarios, están demasiado interesados en no molestar a nadie con
cuestiones ajenas, para ponerse al lado de un escritor que vive en Cuba,
dicen, lamentablemente, que sin muchas influencias en el exterior y un
gran talento.
Así que ya
lo sabe Ángel Santiesteban, que no espere milagros, cada quien ahora
mismo —aquí y en la isla— está ocupado en su día de mañana, en lo que
será de ellos este año, en lo que esperan que finalmente termine siendo
su vida.
Publicado por Ladislao Aguado
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