Por: Amir Valle
Ángel Santiesteban es escritor.
Es una verdad tan absoluta que
puede hacer pensar a quien lea este escrito: “Amir Valle ya no sabe qué va a
escribir”. Y tendría razón. Porque yo podría haber empezado diciendo
directamente lo que quiero:
“Ángel Santiesteban es escritor,
pero lo quieren disfrazar de delincuente”.
Y ya eso es bien distinto.
Todavía más si nos vemos obligados a recordar que Ángel Santiesteban vive en un
país que se pasa todo el tiempo “cacareando” por todos lados que los cubanos
“viven en el mejor de los mundos que hoy existen”, es decir, casi en el paraíso
terrenal, y que son falsas las acusaciones de los enemigos (llamados en todos
los casos “mercenarios del imperio”) de que en Cuba no se respetan los derechos
humanos.
Ángel Santiesteban es escritor y
ha contado de una Cuba que el gobierno no quiere mostrar; de una Cuba que se
niegan a aceptar muchos seres honestos de este mundo que alguna vez cifraron
sus esperanzas en lo que significó la Revolución Cubana en aquellos hermosos y,
repito, esperanzadores, años sesenta. Pero lo más triste es que Ángel
Santiesteban ha escrito, persiste en escribir y hablar de una Cuba que ciertos
intelectuales de izquierda se empeñan en ocultar.
He conversado con algunos de esos
colegas, y me ha llamado la atención descubrir que, empeñados en su guerra
personal contra “los males del imperio”, contra “el genocidio que el
capitalismo está provocando en el mundo actual”, contra las “peligrosas y
crecientes pérdidas de libertades y derechos humanos que Estados Unidos y los
países ricos del Primer Mundo están llevando allí donde ponen la planta de sus
botas”, no quieren entender (y hasta buscan miles de justificaciones, entre
ellas, ¡ah, el bloqueo norteamericano!) que a escala más reducida, pero también
criminal, el gobierno cubano ha convertido a “Cuba, el faro de las Américas y
el mundo” en un absurdo marabuzal de males económicos, sociales y morales; no
quieren reconocer (y hasta intentan buscan explicaciones forzadas) que por
culpa de los fracasados experimentos económicos e “internacionalismos
guerreristas” de Fidel Castro y sus adláteres, el pueblo cubano ha sufrido un
verdadero genocidio que suma ya más muertos que todas las muertes ocurridas en
la isla desde inicios del siglo XX hasta hoy (sólo intentando escapar de Cuba
hacia Estados Unidos sobre rústicas balsas para alcanzar “el infierno
capitalista” han perecido cerca de 30 mil cubanos); y sobre todo, esos colegas
intelectuales de izquierda se pierden en laberínticos consignismos de la época
de la Guerra Fría cuando se trata de defender a un gobierno que muestra su
verdadera cara dictatorial eliminando libertades y derechos humanos a todos sus
ciudadanos, ensañándose especialmente con aquellos que se atreven a pensar con
cabeza propia, a decir y escribir lo que piensan.
Es una postura vergonzosa, sin
dudas. Pero más vergonzoso es el silencio por respuesta. Y es que ante la
evidencia del desastre total que es hoy el “sistema” político y gubernamental
impuesto a los cubanos (y lo entrecomillo porque aquello, más que de “sistema”
tiene de “experimentación desesperada para ganar tiempo en el poder y preparar
el camino para que asuman ese poder los “hijitos del Clan Castro y sus
acólitos”); ante la imposibilidad de defender con argumentos sólidos tal
debacle, ahora apuestan por echar la vista a un lado y, cuando se ven obligados
“en cumplimiento de sus honorables carreras profesionales” a enfrentarse con la
tozuda verdad de los hechos, responden con un teatral “no lo sabía” (al menos
así sucede con la mayoría de los que conozco).
Pero aún hay algo más bochornoso:
buena parte de esos intelectuales conocieron personalmente a Ángel Santiesteban
cuando todavía no se había decidido a decir en voz alta y a escribir periodísticamente
a los cubanos y al mundo lo que pensaba de la dura realidad de su país. En esos
momentos se limitaba sólo a escribir sus cuentos, duros, críticos, nada
complacientes. Pero aún así se le consideraba en esos momentos una voz
prestigiosa en el concierto de la narrativa cubana. Los críticos oficialistas,
muchos de ellos funcionarios culturales en importantes puestos políticos, lo
catalogaban como “el mejor cuentista de su generación”. Pero ninguno de esos
críticos, ninguno de esos funcionarios, pudo explicar nunca porqué mientras la
Agencia Literaria Latinoamericana (que representa y gestiona internacionalmente
las obras literarias de los escritores residentes en la isla) colocaba en
buenas, medianas y hasta desconocidas editoriales del extranjero obras “no
conflictivas” (muchas de ellas de menos calidad que los libros de Ángel), esa
Agencia jamás logró colocar ni uno sólo de los multielogiados libros de Ángel
Santiesteban.
La respuesta, extraoficial, la
escuchamos de boca de un editor cubano, director entonces de una de las más
prestigiosas casas editoriales de la isla, en una fiesta en el Centro Cultural
Pablo de la Torriente Brau. Y quizás en aquella explosión de sinceridad tuvo
que ver los varios vasitos plásticos de ron con cola que había tomado aquel
editor. Ya se sabe, porque la vida lo ha demostrado: los niños y los borrachos
suelen ser implacablemente sinceros. Luego supe que a aquel pobre hombre lo
acosaba el cargo de conciencia, la culpa de no haber podido superar el miedo
que lo obligó a dejar a un lado sus principios éticos para convertirse en la
peor de las marionetas intelectuales: un censor.
– Algún día se sabrá cuántas
cosas he hecho desde la sombra… cuantas caretas me he tenido que poner… para
evitar que ustedes pasen por el infierno que me hicieron pasar a mí… por
defender el derecho de escribir con libertad, créanme, he hecho mucho… mucho… —
decía, con voz gangosa
– A ti te salvé el culo cuando
escribiste el verdadero Manuscritos1… y ahora te digo
que aquel era un gran libro… — me dijo, apuntándome con un dedo tembloroso.
– A ti, por tu librito de cuentos
del Pinos Nuevos2 – le soltó a Alejandro Aguilar, que no
supe si escuchaba bien porque también hablaba con un Alberto Guerra que ya,
también, tenía los ojos rojos como Mandinga, por el alcohol.
– Y ahora mismo acabo de venir de
una reunión donde un cabrón de la Agencia, cuyo nombre me reservo, ha dicho
clarito clarito que él no promociona fuera de Cuba “libros gusanos” como los
que escribe Ángel Santiesteban.
Eso recuerdo. Claro, con todas las
repeticiones, todas las muletillas y todas esas cómicas baboserías con la que
suelen hablar los borrachos. Incluso lágrimas, sobre todo en esos momentos en
que se quejaba de que le dolía ser visto como un censor por colegas como
nosotros.
El tiempo, y sobre todo los
secretos que nos contaban en voz baja algunos amigos escritores que, también,
eran funcionarios “de confianza” nos permitiría comprobar que aquel modo de
proceder no era una aberración particular de un censor. Aquello era una
política clara: los libros que mostraban a una isla “no conveniente” para la
imagen que de Cuba oficialmente se proyectaba eran engavetados y a los autores
se les decía siempre que “no sabemos qué pasa, pero no logramos colocar tus
libros… es difícil, el mercado internacional está muy duro”. Y cuando colocaban
a alguno de esos libros era por motivos netamente propagandísticos, bien
calculados: había que callar a un escritor que protestaba demasiado (y solía
publicársele entonces en una editorial pequeñísima, de distribución casi
fantasma, para que el libro no circulara pero garantizando unos ejemplares para
el autor que se jactaba de estar publicado en el extranjero) o había que
demostrar que era mentira que Cuba censuraba (para lo cual acudían a libros
falsa o blandamente “conflictivos” de escritores de clara adhesión al régimen,
siendo el caso más notable la novela “¿crítica?” El vuelo del gato,
de Abel Prieto).
Nada de esto, por supuesto, lo
aceptan esos intelectuales extranjeros que entonces llegaban a Cuba y se
asombraban de la “fabulosa capacidad narrativa de Ángel Santiesteban”, como me
dijeron personalmente algunos en aquellos años. Incluso me atrevo a asegurar
que algunos, si han preguntado, al recibir la versión oficial (en la que,
también estoy seguro, no creen) han decidido hacer como los avestruces:
esconder la cabeza.
Ninguno de ellos, hasta donde se
sabe en los medios intelectuales de la isla y el exilio, ha intercedido por ese
escritor al que tanto elogiaban cuando era un desconocido de “la prensa
enemiga, mercenaria del imperio”; ninguno de ellos, en sus numerosos viajes a
La Habana, ha exigido que se respete el derecho de Ángel Santiesteban a decir
lo que piensa, a publicar lo que piensa en Cuba y fuera de Cuba, ni siquiera
con un 0,5 porciento de la rabia con la que defienden a un farsante como Julian
Assange (que se postula como paradigma de la libertad de expresión y prensa
pero corre a refugiarse bajo las alas de un gobierno que es paradigma en el
mundo de la represión contra la libertad de prensa); ninguno de esos que
comprobaron con sus propios ojos que Ángel Santiesteban es, sobre todas las
cosas, un escritor sincero, con una carrera literaria que ha perseverado desde
los mismos inicios en ofrecer una mirada crítica sobre la realidad cubana…,
ninguno de esos, repito, se ha pronunciado públicamente, como debiera ser, para
defender simplemente el derecho de Ángel Santiesteban a ser considerado eso, un
escritor.
Berlín, 9 de noviembre de 2012
El problema es que nadie se siente en la obligación moral de ayudar al Santi a contruirse una carrera a la Solzhenitsyn. O sea, tú eres su cúmbila de toda la vida, se entiende que le tires un salve... pero ellos no le deben nada, él no le sabe nada a ellos. Ellos no están en su piña.
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