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26 de noviembre de 2012

Carta Abierta al Presidente de Cuba por el escritor Ángel Santiesteban-Prats

Sr. Raúl Castro Ruz.
En días pasados una horda de soldados y oficiales de la “Seguridad del Estado”, la mayoría vestidos de civil, que radican en la Sección 21 (oficinas centrales de la "Contra Inteligencia"), arremetió contra un grupo pacífico, del cual formaba parte y que se encontraba frente a la unidad policial de Acosta en 10 de octubre, para apoyar a los padres ancianos de Antonio Rodiles, que averiguaban, a su vez, el destino y la causa “legal” por la que su hijo se hallaba en las celdas de esa unidad. Un día antes, esa misma horda de delincuentes, violadores de la justicia y de los más elementales derechos humanos, lo habían agredido por el hecho de presentarse pacíficamente en la antes mencionada Sección 21 junto al abogado Veizant Boloy, para indagar por el paradero de su esposa la abogada Yaremis Flores, secuestrada a la salida de su vivienda por agentes policiales.
Después que me hicieran permanecer varios días en las mazmorras, en las que me mantuve sin agua y alimentos, única posibilidad de protestar frente a la violencia cometida, me liberaron sin cargos gracias a la conmoción pública que produjo la reproducción en Internet de una video grabación que mostraba la forma brutal en que me arrestaron.
Nuestro único “delito” es pensar inconmensurablemente en los destinos de nuestro país, que lleva más de cinco décadas en la agonía de una guerra fantasma y desgastante, que solo ha servido para devastar una nación y mantenerlos a ustedes en el poder.
Tenemos el derecho incuestionable de elegir, disentir, agruparnos, manifestarnos, decidir qué es lo más necesario para la nación cubana y su futuro. De ella somos hijos legítimos, con igualdad de derechos, por lo que exigimos respeto y libertades para los que integramos la oposición dentro de la Sociedad Civil en Cuba.
En estos momentos aún se encuentra detenido arbitrariamente, bajo un supuesto delito de ‟resistencia’’, Antonio Rodiles, Director del Proyecto Independiente Estado de SATS y Coordinador de la Campaña Por Otra Cuba, iniciativa ciudadana nacida en la profunda crisis social y económica que atravesamos, que demanda la ratificación de los Pactos de la ONU, firmados por su Canciller el 28 de febrero de 2008 en la ciudad de Nueva York, y que consideramos derechos imprescindibles para la transformación democrática de la nación cubana y su ingreso al concierto de las naciones del siglo XXI.
Exigimos por tanto la inmediata libertad, sin cargos manipulados, de Antonio González Rodiles, y demando de usted la más pronta intervención en las continuas violaciones que en nuestro país se cometen en su nombre.

Ángel Santistesteban-Prats
Escritor cubano.

19 de noviembre de 2012

Contra la Inteligencia I


Nuestra adolescencia estuvo fertilizada con las novelas y series de televisión que nos marcaron nuestra estética y personalidades.
Cuantas veces nos pasamos las novelas "Aquí las arenas son más limpias", "Y si muero mañana", o la serie "En silencio ha tenido que ser", la mayoría disfrutamos aquellas fantasías de héroes socialistas que guiados por la "Contrainteligencia" cubana lograban burlar a sus enemigos.
Con el tiempo se han convertido en bodrios de la fantasía socialista y los jóvenes de hoy los consideran pésimas obras literarias por su contenido insustancial o poco verosímil.
El jueves pasado, 8 de noviembre, fuimos a presentarles nuestros respetos a los padres de Antonio Rodiles, ancianos que rondan los 90 años, y por cierto, sus cómplices y compañeros más directos en sus ideales ideológicos. También queríamos exigir las liberaciones de los abogados detenidos injustamente Laritza Diversent, Yaremis Flores, Veizant Boloy. Llegamos a la unidad policial de Acosta, y se encontraban junto al abogado independiente Wilfredo Vallín, en las oficinas de dicho cuartel.
Al salir nos explicaron la negativa de mostrarlo, lo que infería alguna golpiza propinada al detenido y por eso lo escondían.

No pudimos quedar pusilánimes ante el abuso

Nos mantuvimos frente a la unidad policial, llegamos a ser, si mal no recuerdo, siete activistas por los derechos humanos, o blogueros, opositores, como quieran llamarnos, entre ellos Yoani Sánchez, por supuesto, Claudio Fuentes el fotógrafo profesional, Eugenio Leal, el activista Arabel Villafuerte, entre otros. Lo cierto es que nos encontrábamos allí porque nos dolía saber que había un inocente sufriendo en las mazmorras castristas.
Ya el operativo estaba cerrado. Cerca de nosotros se encontraban un grupo de “civiles”, militares que conocemos su afán de reprimir. Estamos conscientes que nuestros abusadores se encontraban apenas a tres metros de nosotros. A veces los miraba fijamente para desentrañar sus anhelos, sueños, fantasías, pero su imagen delincuencial me impedía lograrlo. Le aseguro que nos reímos, o quizá fue una risa de lástima por ellos.
Alguien avisó que en la esquina estaban deteniendo a los que deseaban ingresar al grupo. Comenzaron a introducirlo a la fuerza en el auto patrullero, e iniciaron una golpiza como de costumbre. Estamos aproximadamente a cien metros del hecho, y en la distancia, quizá por el miedo y el cariño, pensamos que era Orlando Luis Pardo. No podríamos mentir si no decimos que nos quedamos unos segundos inmóviles, todos sabíamos lo que significaba acercarnos, sin orden de salida, corrimos al unísono, recuerdo que Yoani iba como una madre cuando le roban sus cachorros y ya había olvidado las palabras de Reinaldo Escobar, su esposo, cuando le dijo antes de despedirse que se cuidara, también de las caricias de su hijo que quizá no tendría el abrazo a su regreso de la escuela.
Lo cierto fue que ella llegó pidiendo explicación del por qué lo detenían y golpeaban. En medio del asedio, me puse a observar su valor desmedido y en un segundo le abrió la puerta del patrullero donde tenían apresados a los dos activistas, y quiso introducir su cuerpo dentro del auto. Hubo un momento que me asusté porque sus pies quedaron debajo de las gomas traseras y comenzaron a moverse. Pero ellos la halaron y empujaron. Yoani se le encaraba a los policías y su valor los minimizaba. Luego llegó una oficial chusma que deseaba provocarla, desafiarla. Y la inteligencia de Yoani fue decirle de qué solar había salido ella que no tenía compostura con aquella chusmería.
Me encontraba justo al lado de Yoani y pude verle los ojos a la oficial, y la vi desarmada, si un ápice de vergüenza tuvo increíblemente le salió contra su voluntad porque la vi apagada, noqueada sin haber comenzado el round. Y Yoani, que sabía que aquella no era su peso ideológico ni en principios, le dio la espalda.

Cuando llegó la orden de apresarnos

Entonces escuchamos cuando dieron la orden de apresarnos. Nos empujaron, nos separamos. Busqué a mi alrededor mientras me apresaban y vi a Claudio dentro de un auto patrullero, a Eugenio lo llevaban maniatado y a Yoani también, hasta que la montaron en una patrulla.
Cuando llegué al auto patrullero accedí. Considero que no éramos una fuerza de resistencia, sino de conciencia, de justicia, y el desorden no lo habíamos originado nosotros. Cuando me fueron a sentar en el auto, alguien detrás de mí dijo “entra, anda”, y un puñetazo dio en mi nuca, sin pensarlo devolví el golpe, y fueron devastadores, como si les hubiera propinado la mayor ofensa, o solo aquella horda de anormales estuvieran esperando una ínfima chispa para que explotara su cobarde y anormal violencia. Era como si estuvieran esperando el silbato de salida para comenzar su cobardía.
Nunca imaginé que aquello podrían grabarlo, ya ustedes vieron la paliza que me dieron. Aún no he visto el video, ya saben que youtube desde Cuba, como todo lo demás, es imposible. Los golpes que más me dolieron fue el del que abrió la puerta trasera derecha: eran como patadas de bestia, y por un momento pensé que me haría fractura de cráneo, fueron tantos y tan fuertes que los golpes de los otros que me propinaban por las costillas, pecho y piernas dejaron de ser importantes. No sé si me golpeaban con una sortija o una manopla, pero los golpes fueron tan contundentes que me partieron la cabeza, el labio, y, como un aviso urgente de salvación personal en mi estado casi consciente, decidí levantarme y volver a salir del auto.
No voy a describir más lo que pueden observar en video. Pero un detalle que quizá no se observe es que, al salir un oficial que estaba a mí espalda, alardeando, dijo: “tú verás si él se acoteja ahora”, y me apretó con su brazo por el cuello hasta que comencé a sentir la fatiga de la falta de aire, lo hizo con tanta fuerza que pensé que desprendería mi cabeza del resto del cuerpo.
Me condujeron a otro auto patrullero para llevarnos al patio de la estación policial. Miré hacia los otros autos y permanecían, como yo, a la espera. A Yoani le sentaron una mujer al lado vestida de civil. Luego me cambiaron de auto y me sentaron junto a Eugenio. Dieron la voz de salir de la unidad: “vamos de aquí, hay que salir de aquí”, pero lo dijeron con terror. Creo que temían que llegaran más activistas o que la población que había observado comenzara a moverse hasta la entrada de la unidad.

Comienza la travesía

Era una hilera de patrullas guiadas por el Jefe del Operativo que iban en un lada verde con chapa amarilla. Al final iba una guagüita roja con más sicarios. Iban sin rumbo, hablando por los celulares, por eso infiero que se les fue de la mano el operativo. Yoani iba todo el tiempo haciendo señales de libertad, de Victoria, y los transeúntes la miraban sin entender mucho, esa huerfanidad de conciencia que tiene en su mayoría la población cubana, cubierta con una máscara de ingenuidad y miedo. Llegamos a la monumental, lugar ideal para masacrarnos y dejar tirados en la cuneta. No habían testigos presenciales.
Detuvieron la fila de autos, eran cerca de nueve. Inmediatamente le sentaron a Yoani dos mujeres uniformadas tan inmensas que apenas le dejaban espacio. Nos fueron registrando, tomando nuestra documentación. Cuando llegó mi turno, el Jefe del Operativo, me hizo ponerme de pie con los brazos esposados, y a pesar que sentía el metal de las esposas en los huesos, cada vez que miraba a Yoani con aquella hidalguía, las fuerzas se me multiplicaban.
El Jefe del Operativo comenzó a golpearme con su bota para que abriera las piernas para el cacheo, pero lo hacía con rabia, le grité que eso era lo mejor que sabían hacer, golpear a un hombre esposado, indefenso, que siempre hacían lo mismo. Eugenio gritó que no me dieran más, que la violencia era innecesaria. Mientras me registraba aproveché para decirle que las dictaduras de los años setenta en América tuvieron que esperar treinta años para hacer justicia, que ahora estaban ancianos y fueron juzgados. Que la violación de los Derechos Humanos no caduca y que algún día tenían que pagar sus desmanes. Me gritó “cuando yo pague ya tú lo hiciste”. Supuse que decía que yo iba a sufrir primero que él. Me dijo “parece que no te basta los cinco años que te vamos a echar por el juicio de hace poco”. Le dije, claro, los jueces son ustedes, aquello solo fue un teatro y ustedes desde antes ya tenían la sanción. Pero no importa, aquí hay cuerpo y valor para enfrentarlo, le dije. “Sí, yo sé que tú eres valiente”, me dijo irónico. No soy valiente, pero tampoco lo cobarde que son ustedes que golpean en grupo porque tienen miedo hacerlo solo.
Cuando recibieron la orden ya teníamos destinos. Nos repartieron por la ciudad. A Eugenio y a mí nos enviaron para Santiago de las Vegas. Allí me llevaron al hospital porque el calabocero no quiso recibirme en aquel estado tan precario. Los dolores de las costillas perecían agujas lacerantes, y la sangre por todo mi cuerpo, saliendo de mi boca y mi cabeza los asustaba, más la inflamación de un labio y un pómulo.
Ahí aproveché, ante un descuido de ellos, para avisar a los amigos que estábamos detenidos en Santiago de las Vegas. Al regreso a la unidad me llevaron a un calabozo. Antes de entrar vi a Eugenio tras la reja y a Veizant, el abogado que siguió esta cadena de injusticia cuando, como abogado y esposo, fue a preguntar por la abogada Yaremis. Nos hicimos un saludo con un ademán de cabeza y les aseguré que para mí era un honor compartir esos calabozos con ellos. Luego me dijo que estaba preocupado por su hija, pues no sabían quién se había hecho cargo de la niña, estaba muy preocupado y como a todos, le habían negado la llamada que, por ley, nos toca a cada detenido en las primeras 24 horas.

Entre Kafka y Virgilio Piñera

Cerca de la media noche me sacaron del calabozo. Pensé que sería para alguna entrevista. Entonces me devolvieron las prendas de vestir, me anunciaban que me iría de libertad. Para mí significó una humillación, sacarme, alejarme del destino de mis compañeros era lo peor que podían hacerme. Le rogué al calabocero que me dejara regresar e informara que me negaba. Se lo dije varias veces y me dijo que eso era imposible. Estaba muy triste, no sabía cómo enfrentar aquel desprecio, al menos así lo veía.
En la puerta de la unidad el Oficial de Guardia me entregó el carné de identidad. La calle estaba desolada, como es costumbre en los pueblos de campo. Pregunté a un transeúnte cómo se podía alquilar un auto y me señaló un sitio. Avancé 200 metros y vi un teléfono. Llamé a dos personas, mientras conversaba veo salir de la oscuridad a dos oficiales que me dicen que tengo que regresar. “¿Tú no querías quedarte? Te vamos a complacer”.
Colgué el teléfono no sin antes informar lo que estaba sucediendo. Mis interlocutores no entendían nada lo que estaba sucediendo. A Kafka y Virgilio Piñera se le hubiera hecho difícil imaginarlo. En mi aturdimiento tampoco entendía, pero me hacía feliz que me llevaran de vuelta con mis hermanos.
En la entrada de los calabozos, después de quitarme los cordones y las prendas, me llevaron a un cuartico donde estaba el Oficial del Operativo que me golpeó por los tobillos. Después de sentarme me puso las esposas y con parsimonia sacó la pistola, la rastrilló y me la puso sobre mi cabeza, sentía el peso del metal sobre mi cráneo que acrecentaba los dolores por los golpes antes recibidos. Aquellos segundos fueron los más largos de mi vida. No sé cómo ni de dónde saqué las palabras: "en algún momento tendrás que pagarme". Pasaron otros segundos en silencio y me respondió: “es verdad, mejor espero que estés en la calle y te doy un martillazo en la cabeza y queda como que te asaltaron pa robarte”. Me quitó las esposas y me empujó hacia afuera para que el calabocero me llevara para la celda. Afuera estaba un activista, que también tomaron detenido, e iban a soltar y que me dijo, a propósito de la pistola en la cabeza y el martillazo, que a él también le habían hecho aquella escena de terror al estilo de Alfred Hitchcock.
Les expliqué a los otros lo que había ocurrido y nadie entendía a ciencia cierta para qué me habían dejado llegar a la calle. Eugenio dijo que ellos estaban enfermos, que era una aberración, y lo hacían para desestabilizarme sicológicamente.
Al rato llamaron a Veizant a una entrevista para decirle que lo liberarían, y que su esposa Yaremis estaba siendo proceda en el DTI en 100 y Aldabó por un post que había escrito y que, según ellos, ella mentía.
Eugenio y yo estábamos felices porque eran dos menos en aquella injusticia y así Veizant podría atender a su hija, que seguro estaba preocupada por sus padres. Los dolores del cuerpo se iban agudizando en la medida que los nervios se distendían. Eugenio y yo nos pasamos la noche hablando de justicia, historia y masonería.
En la mañana liberaron a Eugenio. Nos abrazos y la soledad es el peor enemigo, aunque el encierro lo prefiero así que con mis compañeros detenidos. Al medio día vinieron a buscarme cuatro militares. Me dijeron que saliera de la celda. Pregunté que a dónde me llevarían. “A donde nos de la gana”, respondieron.
Cuando, lentamente, por los dolores, sobre todo en las costillas, hacía un gesto para levantarme, ellos quisieron alarme, me negué, y dije que no me tocaran, pero no esperaron, me halaron por los pelos hacia el exterior mientras me volvían a patear. Se lanzaron sobre mí como si fuera aquella “pilita” que hacíamos de niño, solo que yo era el de abajo; me pusieron una bota en el pecho, luego la rodilla, otro me golpeaba por el mismo lateral lastimado, lo hacía con saña. Le grité que me diera por el otro lado porque esas costillas ya estaban partidas, y eso le dio más ganas, “quién te manda a no obedecer”, me dijo, y continuó.  Y me apretaron las esposas con esa manía que tienen de encajarlas en la piel hasta que te cortan la respiración.
Me llevaron a toda prisa por el medio de la ciudad, se llevaban los semáforos e iban haciendo zigzag entre los ómnibus y autos. En pocos minutos estábamos en el cuartel de Aguilera.
¡Qué nombre tan injusto para nuestro Vicepresidente del Gobierno en Armas!

Ángel Santiesteban-Prats
Escritor cubano.

12 de noviembre de 2012

Un llamado a la vergüenza


Por: Amir Valle
 
Ángel Santiesteban es escritor.
Es una verdad tan absoluta que puede hacer pensar a quien lea este escrito: “Amir Valle ya no sabe qué va a escribir”. Y tendría razón. Porque yo podría haber empezado diciendo directamente lo que quiero:
“Ángel Santiesteban es escritor, pero lo quieren disfrazar de delincuente”.
Y ya eso es bien distinto. Todavía más si nos vemos obligados a recordar que Ángel Santiesteban vive en un país que se pasa todo el tiempo “cacareando” por todos lados que los cubanos “viven en el mejor de los mundos que hoy existen”, es decir, casi en el paraíso terrenal, y que son falsas las acusaciones de los enemigos (llamados en todos los casos “mercenarios del imperio”) de que en Cuba no se respetan los derechos humanos.
Ángel Santiesteban es escritor y ha contado de una Cuba que el gobierno no quiere mostrar; de una Cuba que se niegan a aceptar muchos seres honestos de este mundo que alguna vez cifraron sus esperanzas en lo que significó la Revolución Cubana en aquellos hermosos y, repito, esperanzadores, años sesenta. Pero lo más triste es que Ángel Santiesteban ha escrito, persiste en escribir y hablar de una Cuba que ciertos intelectuales de izquierda se empeñan en ocultar.
He conversado con algunos de esos colegas, y me ha llamado la atención descubrir que, empeñados en su guerra personal contra “los males del imperio”, contra “el genocidio que el capitalismo está provocando en el mundo actual”, contra las “peligrosas y crecientes pérdidas de libertades y derechos humanos que Estados Unidos y los países ricos del Primer Mundo están llevando allí donde ponen la planta de sus botas”, no quieren entender (y hasta buscan miles de justificaciones, entre ellas, ¡ah, el bloqueo norteamericano!) que a escala más reducida, pero también criminal, el gobierno cubano ha convertido a “Cuba, el faro de las Américas y el mundo” en un absurdo marabuzal de males económicos, sociales y morales; no quieren reconocer (y hasta intentan buscan explicaciones forzadas) que por culpa de los fracasados experimentos económicos e “internacionalismos guerreristas” de Fidel Castro y sus adláteres, el pueblo cubano ha sufrido un verdadero genocidio que suma ya más muertos que todas las muertes ocurridas en la isla desde inicios del siglo XX hasta hoy (sólo intentando escapar de Cuba hacia Estados Unidos sobre rústicas balsas para alcanzar “el infierno capitalista” han perecido cerca de 30 mil cubanos); y sobre todo, esos colegas intelectuales de izquierda se pierden en laberínticos consignismos de la época de la Guerra Fría cuando se trata de defender a un gobierno que muestra su verdadera cara dictatorial eliminando libertades y derechos humanos a todos sus ciudadanos, ensañándose especialmente con aquellos que se atreven a pensar con cabeza propia, a decir y escribir lo que piensan.
Es una postura vergonzosa, sin dudas. Pero más vergonzoso es el silencio por respuesta. Y es que ante la evidencia del desastre total que es hoy el “sistema” político y gubernamental impuesto a los cubanos (y lo entrecomillo porque aquello, más que de “sistema” tiene de “experimentación desesperada para ganar tiempo en el poder y preparar el camino para que asuman ese poder los “hijitos del Clan Castro y sus acólitos”); ante la imposibilidad de defender con argumentos sólidos tal debacle, ahora apuestan por echar la vista a un lado y, cuando se ven obligados “en cumplimiento de sus honorables carreras profesionales” a enfrentarse con la tozuda verdad de los hechos, responden con un teatral “no lo sabía” (al menos así sucede con la mayoría de los que conozco).
Pero aún hay algo más bochornoso: buena parte de esos intelectuales conocieron personalmente a Ángel Santiesteban cuando todavía no se había decidido a decir en voz alta y a escribir periodísticamente a los cubanos y al mundo lo que pensaba de la dura realidad de su país. En esos momentos se limitaba sólo a escribir sus cuentos, duros, críticos, nada complacientes. Pero aún así se le consideraba en esos momentos una voz prestigiosa en el concierto de la narrativa cubana. Los críticos oficialistas, muchos de ellos funcionarios culturales en importantes puestos políticos, lo catalogaban como “el mejor cuentista de su generación”. Pero ninguno de esos críticos, ninguno de esos funcionarios, pudo explicar nunca porqué mientras la Agencia Literaria Latinoamericana (que representa y gestiona internacionalmente las obras literarias de los escritores residentes en la isla) colocaba en buenas, medianas y hasta desconocidas editoriales del extranjero obras “no conflictivas” (muchas de ellas de menos calidad que los libros de Ángel), esa Agencia jamás logró colocar ni uno sólo de los multielogiados libros de Ángel Santiesteban.
La respuesta, extraoficial, la escuchamos de boca de un editor cubano, director entonces de una de las más prestigiosas casas editoriales de la isla, en una fiesta en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Y quizás en aquella explosión de sinceridad tuvo que ver los varios vasitos plásticos de ron con cola que había tomado aquel editor. Ya se sabe, porque la vida lo ha demostrado: los niños y los borrachos suelen ser implacablemente sinceros. Luego supe que a aquel pobre hombre lo acosaba el cargo de conciencia, la culpa de no haber podido superar el miedo que lo obligó a dejar a un lado sus principios éticos para convertirse en la peor de las marionetas intelectuales: un censor.
– Algún día se sabrá cuántas cosas he hecho desde la sombra… cuantas caretas me he tenido que poner… para evitar que ustedes pasen por el infierno que me hicieron pasar a mí… por defender el derecho de escribir con libertad, créanme, he hecho mucho… mucho… — decía, con voz gangosa
– A ti te salvé el culo cuando escribiste el verdadero Manuscritos1… y ahora te digo que aquel era un gran libro… — me dijo, apuntándome con un dedo tembloroso.
– A ti, por tu librito de cuentos del Pinos Nuevos2 – le soltó a Alejandro Aguilar, que no supe si escuchaba bien porque también hablaba con un Alberto Guerra que ya, también, tenía los ojos rojos como Mandinga, por el alcohol.
– Y ahora mismo acabo de venir de una reunión donde un cabrón de la Agencia, cuyo nombre me reservo, ha dicho clarito clarito que él no promociona fuera de Cuba “libros gusanos” como los que escribe Ángel Santiesteban.
Eso recuerdo. Claro, con todas las repeticiones, todas las muletillas y todas esas cómicas baboserías con la que suelen hablar los borrachos. Incluso lágrimas, sobre todo en esos momentos en que se quejaba de que le dolía ser visto como un censor por colegas como nosotros.
El tiempo, y sobre todo los secretos que nos contaban en voz baja algunos amigos escritores que, también, eran funcionarios “de confianza” nos permitiría comprobar que aquel modo de proceder no era una aberración particular de un censor. Aquello era una política clara: los libros que mostraban a una isla “no conveniente” para la imagen que de Cuba oficialmente se proyectaba eran engavetados y a los autores se les decía siempre que “no sabemos qué pasa, pero no logramos colocar tus libros… es difícil, el mercado internacional está muy duro”. Y cuando colocaban a alguno de esos libros era por motivos netamente propagandísticos, bien calculados: había que callar a un escritor que protestaba demasiado (y solía publicársele entonces en una editorial pequeñísima, de distribución casi fantasma, para que el libro no circulara pero garantizando unos ejemplares para el autor que se jactaba de estar publicado en el extranjero) o había que demostrar que era mentira que Cuba censuraba (para lo cual acudían a libros falsa o blandamente “conflictivos” de escritores de clara adhesión al régimen, siendo el caso más notable la novela “¿crítica?” El vuelo del gato, de Abel Prieto).
Nada de esto, por supuesto, lo aceptan esos intelectuales extranjeros que entonces llegaban a Cuba y se asombraban de la “fabulosa capacidad narrativa de Ángel Santiesteban”, como me dijeron personalmente algunos en aquellos años. Incluso me atrevo a asegurar que algunos, si han preguntado, al recibir la versión oficial (en la que, también estoy seguro, no creen) han decidido hacer como los avestruces: esconder la cabeza.
Ninguno de ellos, hasta donde se sabe en los medios intelectuales de la isla y el exilio, ha intercedido por ese escritor al que tanto elogiaban cuando era un desconocido de “la prensa enemiga, mercenaria del imperio”; ninguno de ellos, en sus numerosos viajes a La Habana, ha exigido que se respete el derecho de Ángel Santiesteban a decir lo que piensa, a publicar lo que piensa en Cuba y fuera de Cuba, ni siquiera con un 0,5 porciento de la rabia con la que defienden a un farsante como Julian Assange (que se postula como paradigma de la libertad de expresión y prensa pero corre a refugiarse bajo las alas de un gobierno que es paradigma en el mundo de la represión contra la libertad de prensa); ninguno de esos que comprobaron con sus propios ojos que Ángel Santiesteban es, sobre todas las cosas, un escritor sincero, con una carrera literaria que ha perseverado desde los mismos inicios en ofrecer una mirada crítica sobre la realidad cubana…, ninguno de esos, repito, se ha pronunciado públicamente, como debiera ser, para defender simplemente el derecho de Ángel Santiesteban a ser considerado eso, un escritor.
Berlín, 9 de noviembre de 2012

2 de noviembre de 2012

La soledad del desierto

El lunes pasado, finalmente, decidieron efectuar la vista pública de mi caso después de tres años de continuas torturas, falsas investigaciones, luego que la Fiscalía retirara más de cinco cargos que llegaban a la exorbitante suma de 54 años de cárcel --los que aún con varias acusaciones añadían otros treinta años más, por lo que la suma total se acercaría a los noventa años de reclusión para mi persona--, pero alguna mano poderosa decidió desestimarlos, porque comprendieron que no lograban su propósito de atemorizarme y detener el blog: loshijosquenadiequiso.blogspot.com, y, también, porque ante la opinión internacional hacían el ridículo.
El juicio lo hicieron en la sala especial del Tribunal de la barriada de la Víbora (no es casualidad el nombre del reptil), dispuesta para “connotados contrarrevolucionarios”; allí le hicieron las vistas a Sebastián, el español que cumplió varios años injustamente, a los setenta y cinco, inocentes también, y, hace poco, al contratista norteamericano Alan Gross que cumple injusta prisión en Cuba.
Desde que llegamos al tribunal ya los miembros de la “Seguridad del Estado” habían montado por los alrededores, en mi honor, un despliegue peliculero al estilo de los regímenes totalitarios. Habían estacionado autos oficiales de la policía y algunos encubiertos en todas las intercepciones que rodeaban la zona. También tenían listas las famosas turbas paramilitares, el supuesto “pueblo enardecido”, que lanzan encima de las Damas de Blanco y el resto de los opositores, los que, según la versión oficialista, “acuden espontáneamente a los actos de repudio”, y que nos mantenían la mirada fría, rebosante de odio, como los perros de presa de los rancheadores,  dispuestos a saltar sobre el Cimarrón a una orden del amo.
Como se esperaba, la Fiscalía no presentó ninguna prueba contundente o verosímil, se limitó a exponer una palabrería hueca, carente las más mínima credibilidad. La parte risible fue cuando la perito, Teniente Coronel, aseguró que, por las pruebas caligráficas, yo era culpable, por el estúpido detalle del tamaño y la inclinación de mi escritura. Mi abogado le preguntó que si la pericial era una hipótesis, un diagnóstico; a lo que la oficial respondió que era seguro 100 % que yo era culpable y que no había margen de error. Esa fue la “prueba” que presentó la Fiscalía, y, por ese motivo, mantuvo la petición de seis años de cárcel. Es decir que: ¿voy a ser culpable sólo por algo tan vago e impreciso como el tamaño y la inclinación de mi caligrafía? Creo que seré el primer escritor acusado en la historia de la humanidad por escribir con “cierta” inclinación, y dibujar mis letras de un tamaño muy sospechoso.
Sin embargo, por parte de la Defensa se presentaron una variedad de testigos que aseguraban mi inocencia en cuanto a los falsos cargos que se presentaron en mi contra. Se demostró, además de la falta de literatura de la perito, errores de estructura, de forma y de hecho en las acusaciones, y se desnudó las falsas estrategias de la Fiscalía, y su búsqueda fallida al intentar atrapar a un inocente que había demostrado con creces su inocencia en cuanto a las acusaciones en su contra. También se mencionó una serie de autores que científicamente demuestran que las pruebas caligráficas no son una ciencia segura, y que sus resultados no pueden usarse como pruebas “inequívocas”, por el amplio margen de error que existe en cada diagnosticado.
Según los amigos que presenciaron la vista, algunos de ellos abogados, ex jueces, y ex fiscales, me dijeron que era una vergüenza que la Fiscalía presentara aquella farsa tan evidente, y que, con seguridad, era indiscutible que se había demostrado que los cargos presentados contra mí, no tenían ninguna seriedad. Pero, algunos me aseguraron que, antes de comenzar el juicio ya estaba tomada la decisión, que el veredicto no lo toman los jueces cuando existe, como en mi caso, un criterio político que es el que decide mi inocencia o no.
También asistió una representación de la “Unión de Escritores y Artista de Cuba” (UNEAC), y la jurídica que representa esa institución, quien permaneció en el juicio, y aseguró que, desde su punto de vista, debían, sin lugar a dudas, dictaminar mi absolución.
Finalmente la vista terminó conclusa para sentencia, que dictaminará la Jueza en los próximos días, no sin antes advertirme que si no quedaba conforme con su dictamen, que tendría diez días para la apelación.
Insisto, como inocente, que no aceptaré ni cinco pesos de multa, que el tiempo de condena en prisión que se disponga, lo cumpliré, desde el primer día, en huelga de hambre.
Al salir del tribunal, uno de los agentes de la “Seguridad del Estado”, informaba por celular que no hacía falta que enviaran a más nadie, ya que no sucedió lo esperado, que todo estaba en orden y en plena tranquilidad, que no se habían cometido “indisciplinas”.
No quise darles el gusto de maltratar a los que deseaban ir a reclamar justicia por mí, y demostrar su inconformidad por los abusos gubernamentales a los opositores al régimen. Se quedaron esperando alguna “indisciplina” para golpearnos. De todas formas nos vieron marchar y sus miradas herían nuestras espaldas.
Ahora suceden las horas de espera por una sentencia, que será dictada en contra de la honesta decisión de un cubano de informar al mundo, a través de su blog, los atropellos que comete el régimen cubano.
Ángel Santiesteban-Prats