Nunca olvidaré cuando llegó la noticia por Radio Martí de que los cubanos teníamos un Cardenal. Mi madre, emocionada, me lo hizo saber; y de sus ojos llorosos se desprendían las ilusiones que ponía en la Iglesia Católica al agregar a su cónclave un alto funcionario eclesiástico. Desde su desesperada ingenuidad, mi madre tuvo la intención de transmitirme que, jerárquicamente hablando, “un Cardenal es más que Fidel”, sentenció. Recuerdo que moví la cabeza aceptando; no quería dañarle su ilusión.
Por supuesto que sabemos lo que significa un Cardenal, sólo que quienes tenían que creérselo no lo hicieron, ni el “Presidente” Fidel Castro con sus secuaces, quien, a la postre, nunca dio por concluido el trabajo de segar a la Iglesia del pueblo cubano, y esa tarea inacabada siempre ha sido su frustración.
En mi humilde persona el Sumo Pontífice Juan Pablo II tuvo a uno de sus fieles que más lo admiró. Mi amor hacia él se convirtió en adoración. Además de Santo Padre, fue un líder político nato. Y guardaré siempre la emoción al saludarme sin más importancia que la de un transeúnte que, desde su moto, le expresaba su amor.
Su visita siempre la recordaré con gratitud. Pero si hubiera sido su Consejero, le hubiera sugerido que no acudiera a una Cuba sin libertad, sin progreso y sin respeto al más elemental de los derechos humanos: el de La Libertad de Expresión. Muchos cubanos cifraron sus esperanzas en que tras su visita se alcanzarían importantes logros de carácter social, libertades políticas, y hasta se auguraron elecciones multipartidistas.
Es saludable recordar los años de “carrera política” que llevan los hermanos Castro, y demás está decir que ellos no aceptarían ninguna visita, ni del mismo Jesús Cristo en persona, si peligrara su estancia en el Poder. Eso siempre lo supe con claridad objetiva.
Luego que el Papa se fue, quedamos a la espera y aún tenemos las manos vacías, porque desde hace mucho las guardamos en el bolsillo, ni siquiera vale la pena exhibir su desnudez.
Lo que los cubanos tenemos que lograr no está en la visita de nadie, ni en el “concierto por la paz”, aunque fuera con buenas intenciones, ni siquiera radica en el “bloqueo norteamericano”, está en el día que salgamos a exigir lo que nos pertenece por derecho propio. Para ese entonces, después de conquistada una democracia participativa y los cubanos tengan el derecho de elegir libre y consecuente lo que desean para sí, daremos una bienvenida al Papa de turno, y también, de alguna manera espiritual, estaremos recibiendo al Vicario de Dios, ahora en el cielo, el Padre Juan Pablo II, o al hombre sencillo y estudioso que fue Wojtyla.
Pero sabemos que de buenas intenciones no sólo está empedrado el camino al paraíso, también lo está el que conduce hacia la libertad de la Isla de Cuba.
Por supuesto que sabemos lo que significa un Cardenal, sólo que quienes tenían que creérselo no lo hicieron, ni el “Presidente” Fidel Castro con sus secuaces, quien, a la postre, nunca dio por concluido el trabajo de segar a la Iglesia del pueblo cubano, y esa tarea inacabada siempre ha sido su frustración.
En mi humilde persona el Sumo Pontífice Juan Pablo II tuvo a uno de sus fieles que más lo admiró. Mi amor hacia él se convirtió en adoración. Además de Santo Padre, fue un líder político nato. Y guardaré siempre la emoción al saludarme sin más importancia que la de un transeúnte que, desde su moto, le expresaba su amor.
Su visita siempre la recordaré con gratitud. Pero si hubiera sido su Consejero, le hubiera sugerido que no acudiera a una Cuba sin libertad, sin progreso y sin respeto al más elemental de los derechos humanos: el de La Libertad de Expresión. Muchos cubanos cifraron sus esperanzas en que tras su visita se alcanzarían importantes logros de carácter social, libertades políticas, y hasta se auguraron elecciones multipartidistas.
Es saludable recordar los años de “carrera política” que llevan los hermanos Castro, y demás está decir que ellos no aceptarían ninguna visita, ni del mismo Jesús Cristo en persona, si peligrara su estancia en el Poder. Eso siempre lo supe con claridad objetiva.
Luego que el Papa se fue, quedamos a la espera y aún tenemos las manos vacías, porque desde hace mucho las guardamos en el bolsillo, ni siquiera vale la pena exhibir su desnudez.
Lo que los cubanos tenemos que lograr no está en la visita de nadie, ni en el “concierto por la paz”, aunque fuera con buenas intenciones, ni siquiera radica en el “bloqueo norteamericano”, está en el día que salgamos a exigir lo que nos pertenece por derecho propio. Para ese entonces, después de conquistada una democracia participativa y los cubanos tengan el derecho de elegir libre y consecuente lo que desean para sí, daremos una bienvenida al Papa de turno, y también, de alguna manera espiritual, estaremos recibiendo al Vicario de Dios, ahora en el cielo, el Padre Juan Pablo II, o al hombre sencillo y estudioso que fue Wojtyla.
Pero sabemos que de buenas intenciones no sólo está empedrado el camino al paraíso, también lo está el que conduce hacia la libertad de la Isla de Cuba.
Ángel Santiesteban-Prats