Hace unos días pude chatear con un uruguayo que, según me anuncio, “odia a Fidel”. Y, que después de intercambiar algunas líneas, me advierte: “no voy a Cuba hasta que se acabe la era de los Castro y su comunismo”. Le aseguré que se iba a perder la oportunidad de conocer, por sus propios ojos, un experimento único que quizá no se vuelva a repetir en la historia de la humanidad.
Me aseguró: “si voy a Cuba me apresarán porque soy opuesto al sistema y lo hago público”. Le volví a afirmar que sería otra buena experiencia en la que había muchas probabilidades de no volver a tener esa oportunidad… Se sorprendió con mi respuesta y la escribió para que yo la releyera y con seguridad corrigiera mi desatino. Y volví a reafirmarla… Luego de un espacio de silencio respondió: “prefiero Cancún”.
Seguramente que se fue con la sospecha de que soy un maniático o un sadomasoquista que lo alentaba al sufrimiento. Para terminar le aseguré que lo entendía por saber que mi realidad es mi problema. Máxime sabiendo que los que gobiernan mi país en los últimos cincuenta años, en vez de paz, sembraron guerrillas en Latinoamérica, que no sirvieron más que para aumentar el dolor de sus naciones. En su caso se hizo con los Tupamaros al mando de Raúl Sendic, o los Montoneros en Argentina, y el fracaso del Che en Bolivia, y el de los guerrilleros de El Salvador, que de tanto matar se asesinaron entre ellos mismos, como al agente, combatiente y poeta Roque Dalton. Y seguimos en Brasil, Nicaragua, Colombia, Venezuela, y tantos más, en algunos lugares con peores resultados que en otros.
Una mecha que encendimos y duró varias décadas hasta dejar en la confrontación miles de muertos, sin que luego moviéramos un dedo para detener la matanza.
De todas formas, si logré situarme en el lugar del uruguayo, dije lo que me hubiera gustado escuchar. Porque si tuviera la oportunidad de entrar y salir de las escenas reales, como en una obra de teatro, según las circunstancias, hubiese compartido unas horas o días con los judíos en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Pasaría semanas acompañando a Majad Gandhi. Hubiese entrado con Hemingway en el rescate de París. O estaría en la reunión de La Mejorana, esperado el amanecer para acompañar a José Martí a Dos Ríos y morir a su lado.
Es cierto, esa responsabilidad les corresponde a los cubanos. Lo que hay es que asumirla. Incidir en una realidad que nos han robado. Que cada minuto lleve el desconsuelo y la agonía de millones de coterráneos que claman libertad.
Ángel Santiesteban-Prats
Me aseguró: “si voy a Cuba me apresarán porque soy opuesto al sistema y lo hago público”. Le volví a afirmar que sería otra buena experiencia en la que había muchas probabilidades de no volver a tener esa oportunidad… Se sorprendió con mi respuesta y la escribió para que yo la releyera y con seguridad corrigiera mi desatino. Y volví a reafirmarla… Luego de un espacio de silencio respondió: “prefiero Cancún”.
Seguramente que se fue con la sospecha de que soy un maniático o un sadomasoquista que lo alentaba al sufrimiento. Para terminar le aseguré que lo entendía por saber que mi realidad es mi problema. Máxime sabiendo que los que gobiernan mi país en los últimos cincuenta años, en vez de paz, sembraron guerrillas en Latinoamérica, que no sirvieron más que para aumentar el dolor de sus naciones. En su caso se hizo con los Tupamaros al mando de Raúl Sendic, o los Montoneros en Argentina, y el fracaso del Che en Bolivia, y el de los guerrilleros de El Salvador, que de tanto matar se asesinaron entre ellos mismos, como al agente, combatiente y poeta Roque Dalton. Y seguimos en Brasil, Nicaragua, Colombia, Venezuela, y tantos más, en algunos lugares con peores resultados que en otros.
Una mecha que encendimos y duró varias décadas hasta dejar en la confrontación miles de muertos, sin que luego moviéramos un dedo para detener la matanza.
De todas formas, si logré situarme en el lugar del uruguayo, dije lo que me hubiera gustado escuchar. Porque si tuviera la oportunidad de entrar y salir de las escenas reales, como en una obra de teatro, según las circunstancias, hubiese compartido unas horas o días con los judíos en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Pasaría semanas acompañando a Majad Gandhi. Hubiese entrado con Hemingway en el rescate de París. O estaría en la reunión de La Mejorana, esperado el amanecer para acompañar a José Martí a Dos Ríos y morir a su lado.
Es cierto, esa responsabilidad les corresponde a los cubanos. Lo que hay es que asumirla. Incidir en una realidad que nos han robado. Que cada minuto lleve el desconsuelo y la agonía de millones de coterráneos que claman libertad.
Ángel Santiesteban-Prats
La realidad es que los cubanos han perdido a Cuba y la mayoría no hacen por recuperarla.
ResponderEliminarAsumirla, es tarea dificil, se encuentra de todo en el camino: el arrogante que no tiene en cuenta el deseo de otros por hacer algo, el que te ridiculiza creyendose que los años de opositor o disidente le dan el derecho a hacerlo y ni siquiera te ofrece otras vias (ya que el se las sabe todas), el indiferente que le da igual si haces o no. Son posiciones que duelen pero no merman el deseo de estar junto a la causa mayor que es salir del sistema despotico y de los tiranos. Me habria gustado ver la cara de incertidumbre de tu interlocutor jajaja. Ahi estamos hermano, en la lucha, apoyandote a ti y a todos.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
Cecilia
este es su punto d vista el mio es q gracias a la revolucion latinoamerica comenzo el cambio,los americanos tivieron q hacer algo aunque no fue mucho y despues d las grandes dictaduras han surgido gobiernos democraticos q han conseguido mejorar las condicions d vida d los pueblos,mucho negativismo en tus palabras
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