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25 de septiembre de 2012

El triste centenario de Virgilio Piñera III

La mayoría de los intelectuales y lectores coinciden que el primer libro capaz de adentrarse en la vida del escritor fue: “Virgilio Piñera en persona”, excelente compendio que hiciera el crítico e investigador Carlos Espinosa. Allí comenzó a levantarse el pedestal de la obra del intelectual Virgilio. En esas páginas nos hablan sus familiares, amigos y colegas, permitiéndonos escudriñar en el alma del poeta.
El libro, según se avanza en la lectura, va rompiendo paralelos oscuros que, aún se ocultan como reminiscencias en los lectores, y que nos permite desflorar ese universo secreto y misterioso de la vida del escritor.
Desde los comienzos de la “revolución”, lo persiguió el machismo y, por consiguiente, la homofobia y la envidia, que es lo que mejor cosecha el socialismo. Una mañana de 1962, como de costumbre, salió a comprar el pan, lo acompañaban dos amigos, y al entrar al establecimiento, un soldado, al intuir que eran tres afeminados, los condujo como delincuentes a la estación policial de Guanabo, y más tarde fueron trasladados en un camión, atestado de prostitutas, proxenetas y homosexuales, al Castillo del Príncipe. En la primera oportunidad que tuvo telefoneó a Guillermo Cabrera Infante, y de inmediato éste se comunicó con Carlos Franqui, que a su vez le sugirió que hablara con Edith García Buchaca, quien tenía poder en la cultura y era la esposa de Carlos Rafael Rodríguez.
Viaje al infierno
Esa noche Virgilio permaneció preso en el Príncipe, en total fueron más de treinta horas en ese infierno rodeado de presos comunes. Sus amigos esperaban en casa de Guillermo Cabrera que lo liberaran, al llegar, ajado y maltrecho, sin haber dormido por muchas horas, comenzó a sollozar. Esa noche, después de asegurar que tenía mucho “miedo” –palabra que lo perseguiría por el resto de su vida–, se quedó a dormir en casa de Cabrera Infante. Ese miedo, más tarde, pasaría a ser terror cuando fue citado a Villa Marista, el cuartel de la Seguridad del Estado, y le dijeron que su influencia en los jóvenes era perniciosa, por lo tanto, le prohibían tener contactos con ellos. Ya entonces no pudo superar aquel permanente estado de pánico que lo acompañaría hasta el día de su muerte. 
Luego no quiso regresar a su casa en Guanabo, pues el pavor de ver repetida esas experiencias lo superaba. En los años setenta llegaría el “quinquenio gris”, como después se le llamó, pero en su momento fue “el pavonato”, en honor a aquel personaje siniestro que dirigía la cultura a través de su  homofobia revolucionaria, orientada, directamente, por Fidel Castro: el homofóbico en jefe. Todo el sistema ejerció sus fuerzas negativas sobre el artista para lograr lo que esa generación llamaría: los instrumentos.
La Seguridad del Estado cumplía su propósito: no permitirle crear
En una carta del año 1977, casi al cumplir 65 años decía: (…) “Es, querida, que no tengo deseos de escribir, ni sobre nada ni a nadie. Mi vida está por terminar, he luchado mucho y estoy cansado de luchar. Me dejo ir, eso es todo. Los días son iguales como gotas de agua (…) De Teatro nada. De lecturas poquísimo (…) De revistas nada en lo absoluto. Desinformación literaria total (…) Dile que no le escribo porque he interrumpido mi comunicación con el mundo exterior (…) Y eso hizo la vida. Ya sólo queda la muerte y contemplar las viejas fotos de instantes de juventud (…) Pero sobre esto ya Proust lo dijo todo en el tiempo retrouvé, en ese baile inmortal y mortal en casa del príncipe de Guermantes. Dile que en días pasados se me rompió la última fuente (azul) que teníamos de aquellos dichosos días de la casa de Guanabo. Pienso y estoy seguro de que eso sí era la verdadera vida. Pensaba (¡qué inocencia!) que allí viviríamos hasta el final de nuestros días y allí envejeceríamos digna y sosegadamente, con ese ritmo de vida acompasada en que siente que los días que te llevan a la muerte son tan amables que te van cubriendo como de una capa protectora de vitalidad. Pero todo eso se vino abajo con estrépito, el mismo que se suponen harán las trompetas del Juicio Final.”
Estas palabras de Virgilio encierran toda la verdad de su censura, la tristeza que padeció, toda la obra cultural que perdimos como nación. El ímpetu de esa generación fue detenido ante el muro del sacrificio. En esa época era imposible encontrar una obra de Virgilio en las librerías. Estaba completamente prohibido. Intentaban lograr que fuera un escritor olvidado, borrado de la literatura cubana. Y fue sufriendo durante todos esos años, con sus meses, días y horas, minuto a minuto, sin tregua, uno a uno sin poder calmar el dolor que le causaban sus detractores.
No aceptó la más mínima concesión ética
Cuenta Abilio Estévez que el primer descubrimiento que hizo en Virgilio es que para él todo era profanable menos la literatura, y en eso mantuvo una moral intachable. Le enseñó la ética del escritor, lo importante que era escribir bien y no medrar (en sentido económico o político). Le mostró lo inevitable que resulta para un escritor la libertad, y que esa libertad quería decir, sobre todo, fidelidad a uno mismo.
Y por esa entereza abandonó esta vida censurado, prohibido, apenas citado. Lo que no sabían sus perseguidores era lo que un día le aseguró a Abilio: “Soy inmortal”. La noticia de su muerte salió, irónicamente, en el periódico Juventud Rebelde, y fue anunciada después del entierro, evidentemente para evitar aglomeración y homenajes de los intelectuales y admiradores.
Una vez le dijo a su sobrino “Qué injustos han sido conmigo”. No permitirle publicar ni estrenar fue su peor castigo. Ahora, los mismos que lo prohibieron se castigan publicándole sus obras completas. Algunos, sobre todo los de esa misma generación de los años setenta del siglo pasado, con seguridad dirán que es suficiente, porque ellos se conforman con esos poquitos que jamás soñaron.
En cambio, mi generación lo quiere todo, no sólo para nosotros, sino también para el pueblo de Cuba: queremos la libertad y la dignidad que necesitaba Virgilio Piñera para respirar y crear.          
Ángel Santiesteban-Prats.

 

15 de septiembre de 2012

El triste centenario de Virgilio Piñera II

 
Como en los grandes circos, este año, en el centenario del natalicio del gran escritor, la “oficialidad cultural” de la Isla ha dado el disparo que avisa a los contendientes que la lid ha comenzado. El Régimen ha levantado los vestigios de censura que aún quedaban sobre el afamado intelectual, al que en vida lo hicieran sufrir hasta convertirlo en una sombra taciturna que atravesaba el cielo de la ciudad. Han publicado sus obras, junto a decenas de comentarios que llenan libros sin que sus miedos y censores afloren. Aquello que lo hizo padecer, y aquellos que lo persiguieron, jamás aparecen ni en las acotaciones.
La pregunta que todos nos hacemos es cuánto dejó de escribir Virgilio por considerar que no valdría la pena, o que le traería castigos posteriores. De cuántos maravillosos absurdos se privó la Literatura por culpa de los gendarmes de la cultura oficial cubana.  En muchas ocasiones dejó patente su miedo. Un miedo que, como un cáncer, se adueñó de su cuerpo maltrecho. Y esos que le dieron las espaldas, que huyeron de su saludo por considerarlo perjudicial para su aceptación oficialista, ahora llenan cuartillas de halagos, ahora nadie le evadió, nadie es capaz de aceptarse como un miserable, que las circunstancias los obligaron a ser tan cobardes. Como en una obra de teatro, se intenta bajar y subir el telón y comenzar de nuevo, crear y recrear sus invenciones, y cobrar la cuota positiva que regalan por estos días. Así sucederá con todos aquellos que en su momento fueron ahogados, alejados, echados del mundo intelectual, como Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Carlos Montenegro, Guillermo Rosales, Lidia Cabrera, Enrique Labrador Ruiz, Lino Novas Calvo, Carlos Victoria, entre tantos otros imprescindibles escritores cubanos.
 
Edulcorando la historia
 
Como me dijera uno de sus mejores biógrafos “ahora todos quieren ser sus amigos”, emborronan cuartillas con el ánimo de colarse en la mejor parte de la historia cultural y, de paso, cobrar el dinerillo, y si fuera posible, acompañar su memoria en algún festín cultural en el extranjero. Y, por supuesto, continuar callando la realidad que lo acompañó todos los años del período revolucionario: su peor calvario.
La dictadura cubana, apoyada por los intelectuales que aceptan la comparsa de lo que les proponen -siempre y cuando les arrime algún beneficio- intenta borrar su mano censora, su brazo agitando el látigo sobre el endeble cuerpo y el alma indefensa de Virgilio. Es como si el pasado hubiera sido realizado por otros, como si estos apologistas no tuvieran parte y culpa de todo el sufrimiento del poeta.
En repetidas ocasiones Piñera aceptó tener “miedo”, un desasosiego que se resentía en su espíritu y en su obra, y que donde quiera que esté, aún clama por ser reivindicado, que se haga justicia a tanta tristeza que le causaron.
Ángel Santiesteban-Prats          

5 de septiembre de 2012

El triste centenario de Virgilio Piñera I

Siempre me ha sorprendido cómo los intelectuales cubanos, particularmente la generación que vivió los años setenta, que luego adornaron con el nombre de “quinquenio gris”, tienen esa mala memoria pública, y que por lo general, en círculos de confianza, expresan el dolor que aún guardan por los abusos cometidos contra ellos de parte de los funcionarios que respondían a Fidel Castro y su cúpula militar e ideológica.
Pasaron varias décadas sin exorcizar esos demonios que los marcaron de por vida, algunos por traidores al escribir una literatura “contrarrevolucionaria”, otros, por débiles al ser clasificados de homosexuales, también por “diversionismo ideológico”, religiosos, por tener el pelo largo, usar los pantalones estrechos o por escuchar a Los Beatles, Nelson Ned, Cheo Feliciano, Julio Iglesias, Roberto Carlos. Fueron tantas las censuras y demencias que la narrativa de Kafka comenzó a ser realista.
Crearon las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), campos de concentración al estilo de la Rusia de Stalin. Por los muertos de esa etapa que no resistieron la tortura aún no se han levantado las voces de justicia, y aún sus almas esperan, impacientes, que un día sus nombres sean recuperados y devueltos impolutos a sus familias, y que sus verdugos paguen la injusticia cometida, al igual que los que idearon el castigo.
Muchos de esos intelectuales que hasta hoy callan, fueron testigos de los atropellos, otros lo supieron por amigos y conocidos, todos en fin son cómplices silenciosos de la maldad y el crimen. Una generación que en su mayoría ha preferido fingir que olvidaron y continúan repitiendo hasta la saciedad el lema obligado de “soy revolucionario”, “apoyo la revolución”, “soy fidelista”, y mantiene esa imagen por el terror de volver a sufrir lo que una vez tuvieron que soportar.

El regreso de los verdugos
 
Cuando la afamada “guerra de los e-mails”, más bien yo diría: guerrita controlada; cuando aquellos personajes funestos: las marionetas visibles del fascismo socialista cubano, coincidentemente comenzaron a reaparecer en los medios públicos –dijeron los funcionarios de turno que no fue ex profeso-. Pero este es un país donde hace más de medio siglo no sucede nada por casualidad, donde todo es controlado por Fidel Castro, como la gran finca en que convirtió a Cuba: Birania, en honor al nombre de la finca de su padre y lugar de su nacimiento, que, por demás, como culto a su personalidad, desde hace muchos años fue transformada en museo. Y, recordando a su padre que daba las órdenes exhaustivas, donde nadie se atrevía a tomar una decisión, como ahora su hermano Raúl Castro no da un paso sin antes haberlo consultado con el “máximo líder”.
Lo cierto es que un joven escritor dio la alarma vía correo electrónico y, por primera vez, se fueron contagiando los ánimos de rechazo. Con rapidez, el Estado, comprobando la caldeada situación intelectual, reunió, en la Unión de Escritores y Artista de Cuba (UNEAC), a la cúpula de esa generación avasallada y aún muy disciplinada. Allí les prometieron que esos defenestrados funcionarios no volverían a la palestra cultural, que todo había ocurrido por “casualidad” y desafueros de la oficialista censura mediática. Para los intelectuales convocados era suficiente que los tuvieran en cuenta y garantizaran que sus verdugos no serían “reactivados”. Con palabras bonitas, Fidel Castro y el Comité Central del Partido, con exactitud el Departamento Ideológico del Partido, no tuvo otra salida que, para detener el tsunami había que hacer una declaración oficial, como muro de contención, que sería publicada en el órgano oficial del Partido, el periódico Granma. ¡Y cuál no sería la sorpresa para esos intelectuales, que la versión final redactada por todos en la UNEAC no correspondía a la misma que saliera publicada! Algunos detalles, palabras, comas, fueron desplazadas, borradas o sustituidas. Pero esa generación, que aprendió muy bien a callar y hablar bajito por los pasillos, permitió que ese acontecimiento, también, pasara desapercibido.
Otro detalle inadvertido es que a esa afamada reunión en la UNEAC, estuvo convocado el Presidente de los Estudios de Televisión Cubana, un oficial del ejército “retirado” y que, vestido de civil, continuó bajo las órdenes de los militares, un amanuense de los caprichos del Régimen, y que no se presentó pues sabía que le harían aceptar las culpas de aquellas misteriosas apariciones de impíos en “su” televisión. En su lugar envió a otro funcionario menor que tomó notas de lo acontecido, en la que los intelectuales exigían una retractación, una disculpa oficial por parte del Presidente de la Televisión que fuera publicada en los medios de difusión nacional.

Promesas que se llevó el viento

Semanas después, cuando los intelectuales presentes en aquella reunión comenzaron a indagar por el arrepentimiento público, les dijeron que había sido una promesa del mencionado Presidente de la Televisión y que en su momento sería dada a conocer la que, por supuesto, tampoco llegó. También esta vez esos intelectuales volvieron a silenciar sus voces ante la palabra empeñada con ellos. Claro, no comprendieron, o no quisieron comprender que habían sido manipulados en los propios derechos de sus espacios, de su obra y su historia plagada de lágrimas; ellos fueron el muro de contención.
Entre tanto los mensajes por correo continuaron, y algunos comenzaron a narrar los pasajes de aquellos acontecimientos. No bastaba con la nota en el periódico, había que permitir otras concesiones, dejar que sus viejas heridas destilaran la sangre contenida. Y a puertas cerradas, por invitación personal al cuartel de la Casa de las Américas, se accedió a que expiaran sus sufrimientos (luego, para alejarlo del medio social, lo llevaron a al Instituto Superior de Arte (ISA), y ahí, como niñitas, vertieron las lágrimas aplazadas. Siempre estuve a la espera de que alguno de los lastimados señalara al verdadero culpable, que todos sabíamos que era Fidel Castro, el autor intelectual de nuestros sufrimientos nacionales. Pero, unánimemente, todos prefirieron callar, nadie mencionó el nombre de la Bestia de Birán, para ellos ya era suficiente dejar que expulsaran, como volcanes, todo lo que habían sufrido para que, satisfechos, volvieran a callarse sus secretos y dejaran de ser noticia.

Mencionar al verdadero culpable del terror

En un intercambio por correo electrónico con el escritor Amir Valle, le dije que los artistas se habían despachados con aquellos funcionarios que no eran más que títeres, pero que nadie mencionaba el nombre del verdadero causante del Mal: Fidel Castro. Me dio sorpresa ver un file con todos los correos reunidos, de una y de otra orilla, y que el mío no se tomara en cuenta. Luego me dijeron varios escritores que estuvieron en aquella reunión de la UNEAC, que no había sido muy “inteligente” mencionar al comandante, que había que tener cordura. En otras palabras: se podía jugar con la cadena, pero jamás con el mono. Eso bastó para corroborar lo que ya tenía por seguro: el miedo en esa generación había sido sembrado tan profundamente, que las raíces apenas llegaban a la superficie, por lo tanto, los nombres de aquellas víctimas de la UMAP, los parametrados, los excluidos, los fusilados (ya nadie se acuerda del atroz fusilamiento del narrador Nelson Rodríguez Leyva, autor del maravilloso libro de cuentos: “El regalo”, publicado en 1964 con la ayuda precisamente de Virgilio), los censurados, angustiados, torturados, como el propio Piñera, Lezama Lima, Rodríguez Feo, Reinaldo Arenas, Heberto Padilla, entre tantos, tendrían que continuar esperando, para que sus coterráneos, compatriotas, amigos y colegas, saldaran la deuda, y señalaran al verdadero culpable de sus desgracias personales, y, por ende, de la cultura nacional; el culpable de aquellas obras literarias y artísticas que el Régimen de terror implantado había truncado por el miedo de sus autores, y la necesidad de sobrevivir, a toda costa, una dictadura militar y comunista que arremete su Poder absoluto contra todo vestigio de creación libre. 

Ángel Santiesteban-Prats