RUFO CABALLERO se ganó la admiración por su crítica objetiva y atinada. Todos los artistas comprendían, aunque el criterio les fuera adverso a su obra en cuestión, que sólo le preocupaba, y lo defendía por encima de lo demás, la creatividad, la que respetaba hasta la adoración. El que lograra discernir o asumir su punto de vista, por lo general ascendía en el oficio.
Se convirtió en personaje popular por los programas televisivos y su aparición en un video clip, hizo que pudiéramos compartirlo con el resto de la gama social; sabía equilibrar entre el crítico acérrimo y a la vez capaz de ser simpático, pero sobre todo, con un lenguaje que sin hacer concesiones, supo que el espectador comprendiera el por qué de sus puntos de vista.
En el lanzamiento de mi libro “Dichosos los que lloran”, me dijo cosas bonitas que no sería capaz de repetir, las guardo para evocar en momentos depresivos, y las observaciones agudas las memorizo en cada faena literaria.
Cuando abrí el blog y recibí los ataques institucionales y represivos del Estado, por esos días se encontró en Cienfuegos con un amigo mutuo, y le preguntó en cuál país me había quedado. El otro respondió que en ninguno, continuaba en La Habana, precisamente unos días antes sostuvimos conversación, y como acotación le hizo saber que difícilmente me fuera a otra parte.
Rufo quedó sorprendido porque no concebía que desde adentro se dijeran esas verdades, “un artista, en particular, sabe todo lo que pierde cuando enfrenta al sistema”.
Después nos vimos en alguna esquina del Vedado y se alegró, me dijo que era “un fantasma viviente o un muerto mal enterrado”, y reímos. Después fue más él, me hizo saber que respetaba mi punto de vista porque comprendía que era una necesidad personal por comunicarme, sacarme el veneno que la mayoría tragaba sin respirar para sufrir lo menos posible.
Ahora que Rufo Caballero no está físicamente, nos tenemos que conformar con su espíritu, la vasta obra y su bondad probada.